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miércoles, 7 de enero de 2015

TARTESOS: Fuentes históricas.



Tartesos, o mejor, la cultura tartésica, es un tema que viene apasionando a la investigación mundial, desde que el hispanista A. Schulten, catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Erlangen (Alemania), publicó su célebre libro Tartessos, traducido después al castellano, y del que ya se han vendido cuatro ediciones; siendo la última la aparecida en el año 1984.
Los arqueólogos modernos vinculan con la llamada cultura tartésica una serie numerosa de objetos y monumentos hallados principalmente, pero no exclusivamente, en el sur de la Península Ibérica, en una amplia zona que abarca desde el río Tajo hasta el Mediterráneo. Elementos de esta cultura, como cerámicas, aparecen también en toda la costa levantina, relacionados con el sur de la Península Ibérica.
El estudio del problema de Tartesos está vinculado, ante todo, con las posibles menciones de esta región en fuentes orientales, como la Biblia, y en autores griegos y latinos, algunos de los primeros contemporáneos de Tartesos y con los más antiguos viajes de fenicios y griegos a Occidente. Ya hace años, estas fuentes fueron catalogadas y examinadas por A. Schulten1 y por A. García y Bellido2. Recientemente, algunos investigadores, [-221-] como Bunnens3 y Bergen, las han vuelto a analizar, llegando a conclusiones novedosas.

Fuentes orientales

Varios investigadores han creído reconocer a Tartesos en las citas bíblicas, que mencionan Tarsis. Estas fuentes por orden cronológico son las siguientes.
Varios libros de la Biblia, escritos en épocas diversas, hablan de las «naves de Tarsis» que traían a Fenicia diversos productos, principalmente minerales; así en 1 Reyes 10, 21, libro escrito probablemente hacia el año 600 a. C., se lee: «No había nada de plata, no se hacía caso de ésta en tiempos de Salomón, porque el rey tenía en el mar naves de Tarsis, y cada tres años, llegaban las naves de Tarsis trayendo oro, plata, marfil, monos y pavos reales.» El autor se refiere a viajes realizados a comienzos del primer milenio a. C. por los fenicios.
Difícilmente estos textos pueden referirse al sur de la Península Ibérica, que es donde se sitúa Tartesos por los autores griegos y latinos, por la mención de «marfil, monos y pavos reales». Se ha supuesto que los productos que se traían, según esta fuente bíblica, podían venir de Tartesos, puesto que, a decir de varios investigadores, el marfil se recogería en el norte de África, con el que la Península mantenía relaciones, ya que los semitas comerciaban a ambas orillas del Mediterráneo (Estrabón, 1, 3, 2; Plinio NH, 19, 63; Diodoro 5, 20), y los monos se atraparían en Gibraltar, donde todavía existen en la actualidad. Más dificultad hay en llevar de España pavos reales, animales que no se crían en estas tierras.
Cary y Warmington, hace ya muchos años, señalaron que la palabra que en el texto hebreo se utilizó para «pavo real» es con seguridad de origen indio, lo que parece señalar que estas aves proceden de la Península del Indostán.
Últimamente, un buen especialista en marfiles semitas como Barnett, siguiendo a otros varios autores, vuelve a insistir, para localizar el lugar al que se dirigían las «naves de Tarsis», en que [-222-] una serie de palabras del citado texto 1 Reyes 10, 21, se derivan de voces indias. Así, la palabra hebrea usada para marfil, sên hab-bim, es probablemente una transcripción de la palabra sánscrita ibha-dantâ, diente de elefante. La palabra hebrea qôf, mono, es la sánscrita kapi.
Los análisis de marfiles fenicios efectuados últimamente han dado como resultado que en la casi totalidad de los casos se trate de marfiles de elefantes indios y, en casos esporádicos, de marfil procedente de Senegal; ya en 1938 Dollman señaló que algunos marfiles de Nimrud eran de elefante indio. La misma procedencia tienen varios marfiles encontrados en Bahreim, en el Golfo Pérsico, fechados en los siglos VI y V a. C. En el obelisco de Salmanasar III, datado en el año 31 de su reinado, 829 a. C., se representa a un sirio conduciendo, como tributo, un elefante indio y unos monos, lo que indica un comercio activo de los fenicios con la India. Este último argumento es de gran fuerza para rechazar que la Tarsis de la que se trae marfil a Salomón sea Tartesos. Barnett, del British Museum de Londres, y Hus admiten que los fenicios se aprovisionaban de marfil en la India; el primer autor menciona las expediciones que los reyes de Tiro y Judea organizaban a la India con este fin. Barnett ha publicado varias veces una pintura egipcia de la tumba de Rekhmara, importante personaje del tiempo de Thutmés II (siglo XV a. C.), en la que aparece un sirio conduciendo un joven elefante indio y llevando al hombro los dientes de un animal adulto. Dientes de elefantes completos se han recogido en el palacio de Alalakh en Atchana, al norte de Siria, en un estrato datado hacia 1500 a. C. En las fuentes egipcias abunda la documentación sobre cacerías de elefantes organizadas por los egipcios en Siria, animales que extinguieron aquí los monarcas asirios en el siglo VIII a. C. Sin embargo, en el Génesis 10, 4: «Hijos de Yawan, Elisah y Tarsis, Quitin (Chipriotas) y Rodanim (Rodios)», Julio Africano coloca Tarsis próximo a Rodas y Chipre. El excelente análisis de Mazzarino tal vez obligue a admitir con cierta posibilidad que Tarsis es Tartesos, aunque se pudiera también aceptar perfectamente que alude el escritor sagrado a la antigua colonia fenicia mencionada en otros pasajes bíblicos, que se cita en el Génesis, al igual que sus hermanas Cartago y Chipre.
La confirmación de que la Tarsis bíblica con la que comerciaban [-223-] los mercaderes fenicios y griegos podría localizarse en la India es un párrafo de la carta XXXVII 1-2 escrita por Jerónimo a Marcela, en la que afirma: «Acaso pregunte si Tharsis es el crisotilo o el jacinto, como lo quieren diversos intérpretes, a cuya semejanza se describe el rostro de Dios, porque Jonás quiere irse a Tharsis y que Salomón y Josafat tenían naves que solían hacer el comercio de exportación e importación desde Tharsis. La respuesta es sencilla. Tharsis es vocablo homónimo con el que se llama región de la India, y también el mar, por ser éste azul y herido por los rayos del sol reproduciendo el color de las piedras sobredichas. Recibió, pues, el nombre por el color; si bien Josefo, cambiada la letra "tau", piensa que los griegos llamaron Tarso a Tharsis», teoría esta última seguida por algunos autores modernos y antiguos, como Reticio, obispo de Autum, citado por Jerónimo al comienzo de su carta.
Así pues, los textos del Antiguo Testamento, que aluden a sucesos más antiguos, antes mencionados, se explican más fácilmente si se admite que la Tarsis bíblica se sitúa en la India, como quiere Barnett, quien piensa que es la ciudad india de Suppara, en las proximidades de Bombay, y Emerson Tement en Ceilán. Suida, lexicógrafo bizantino, que vivió quizá en el siglo X, tajantemente afirma que la Tarsis de donde vino el oro a Salomón se encontraba en el Índico: «Tarsis, país de la India, de donde llegó a Salomón el oro»4.
El conocimiento, cada día más perfecto, del sur del Mar Rojo y de las zonas limítrofes obligan a dar mayor importancia que la concedida hasta ahora a las visitas que a estas aguas efectuaron los fenicios desde muy antiguo, como se deduce de un poema de Ras Shamra del siglo XIV a. C. Años más adelante (693 a. C.), naves fenicias a las órdenes de Senequerib saquearon las costas del Golfo Pérsico, que debían de ser bien conocidas por ellos desde fechas muy antiguas.
El libro de los Reyes señala probablemente la duración, tres años, de un viaje a Tarsis; esta duración no se puede aplicar a un viaje a Tartesos, ya que se invertiría el mismo tiempo empleado por los fenicios en circunnavegar África (Heródoto 4, 42) en la [-224-] época de Necao (590 a. C.). La duración del viaje, tres años, es casi la misma, dos años y medio, empleada por el cario Escilax (510 a. C.), en tiempos de Darío, en su viaje desde el Hindus hasta la ciudad de Arsinoe, cerca del actual Suez (Jerónimo 4.44). La fuente utilizada en la Ora Marítima, poema de Avieno, autor que vivió a finales del siglo IV y que recoge muchos datos sobre la España antigua, en los versos 562-565, y que es seguramente semita y no griega, siguiendo en esto a Villard, da la duración de un viaje marítimo en siete días, bordeando la costa mediterránea desde las Columnas de Hércules hasta la ciudad de Pirene, en la costa pirenaica, y distante unos 6.000 estadios, según Eratóstenes, Posidonio y Estrabón (2, 4, 4; 5, 2, 7; 3, 1, 3) y 8.000 estadios según Polibio (3, 39-5; Estrabón 2, 4, 4). Si en costear todo el litoral mediterráneo hispánico al final de la primera mitad del primer milenio a. C. se tardaba siete días, no se podría invertir en ir y volver tres años desde Siria al sur de la Península, aunque fuera un par de siglos antes. El texto sagrado no es suficientemente claro y podía también entenderse que cada tres años venían «naves de Tharsis», sin aludir a la duración del viaje. Parece, no obstante, más aceptable pensar que el viaje durara tres años, según veremos luego, por las fechas del año en que se podía viajar.
En el mismo libro 1 Reyes 22, 49, se escribe: «Josafat (875-851) construyó naves de Tarsis para ir a Ofir en busca de oro; pero no fueron, porque las naves se destrozaron en Asiongaber.»
En 2 Crónicas 20, 35-36, fechado en época helenística, hacia el 400 a. C., se relata el mismo suceso: «Josafat de Judá se alió con Ococías de Israel, aunque éste era un malvado. Lo hizo para construir una flota con destino a Tarsis; construyeron las naves en Asiongaber», localidad situada al sur de Israel, por lo que difícilmente estas naves navegaban hacia el occidente del Mediterráneo.
En el Salmo 72, 10, datado hacia 650 a. C., se habla nuevamente de Tarsis: «Los reyes de Tarsis y de las islas le ofrecerán sus dones y los reyes de Sabá y Arabia le pagarán tributos.» En este texto sagrado parece asociarse a Tarsis con localidades al sur de Israel, como Sabá y Arabia. También aparece en el Salmo 48, 8: «... como el viento del desierto que destroza las naves de Tarsis», en el cual, al parecer, se vincula a las naves de Tarsis [-225-] con regiones donde sopla el viento del desierto, como podrían ser Sabá y Arabia, citadas en la anterior fuente sagrada.
En el profeta Isaías, hacia 730 a. C., se citan varias veces las «naves de Tarsis» (2, 12-16): «Sólo el Señor será ensalzado aquel día, que es el día del Señor de los ejércitos; contra todo lo orgulloso y lo arrogante, contra todo lo empinado y lo engreído, contra todos los cedros del Líbano, contra todas las encinas de Basan, contra todos los montes elevados, contra todas las colinas encumbradas, contra todas las murallas inexpugnables, contra todas las naves de Tarsis.» En los capítulos 60, 9 y 69, 19, pertenecientes a Isaías III (hacia el año 475) se citan nuevamente: «... son navíos que acuden a mí, en primera línea las naves de Tarsis para traer a tus hijos de lejos, y con ellos su oro y su plata.» En 66, 19: «... les daré una señal y de entre ellos despacharé supervivientes a las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, a Masac y a Grecia. » Es interesante señalar que el profeta une las dos regiones de Tarsis y Etiopía, y pasa a recordar Libia para terminar en Grecia, haciendo una enumeración de la parte más oriental a la más occidental. También Isaías 23, 1: «Gemid, naves de Tarsis, porque está destruido vuestro puerto.» Y en el capítulo 23, 6: «Volved a Tarsis, ululad, habitantes de la costa.» Otro tanto ocurre en Isaías 23, 10: «Vuelve a tu tierra, gente de Tarsis, el puerto no existe ya.» Y en el 23, 14: «Ululad, naves de Tarsis, porque está destruido vuestro puerto.»
El profeta Jeremías, que nació hacia 650, escribe en la lamentación 10, 9: «De Tarsis importan plata laminada, oro de Ofir», localidad que hay que situar en el Mar Rojo.
El profeta Ezequiel, en el primer tercio del siglo VI a. C., afirma en el oráculo 27, 12-13: «Tarsis comerciaba contigo, por tu opulento comercio: plata, hierro, estaño y plomo te daba a cambio», todos los minerales que Tartesos producía en abundancia. En 27, 25: «... naves de Tarsis transportaban tus mercancías». En 38, 13: «Sabá y Dedán, los mercaderes de Tarsis y todos sus traficantes...».
El profeta Jonás (siglo IV a. C.) menciona varias veces la palabra. En el capítulo 1, 3, se lee: «Se levantó Jonás para huir a Tarsis, lejos del Señor; bajó a Jafa y encontró un barco que zarpaba para Tarsis, pagó el precio y embarcó para navegar con ellos a Tarsis»; y en el capítulo 4, 2: «Por algo me adelanté a huir a Tarsis». En este texto, Tarsis se halla necesariamente en [-226-] el Mar Mediterráneo, puesto que el profeta embarcó en Jafa.
Muchos investigadores, empezando por A. Schulten, admiten que es bastante probable que la Tarsis bíblica fuera Tartesos y, por lo tanto, «las naves de Tarsis» venían a Iberia, teoría que propuso por vez primera el jesuita P. Pineda a finales del reinado de Felipe II.
Los comentarios modernos a los libros bíblicos identifican generalmente a la Tarsis bíblica con Tartesos; así la Sagrada Biblia de F. Cantero y M. Iglesias, Madrid, 1975, pág. 319; la de E. Nácar y A. Colunga, Madrid, 1949, pág. 436. Para los primeros autores, la flota de Tarsis es un término fenicio para las naves de gran tonelaje, opinión que siguen, igualmente, E. Nácar y M. Iglesias, que las interpretan como naves de alta borda, los trasatlánticos de la época, hipótesis seguida por la Biblia de Jerusalén, Bilbao, 1967, pág. 354, y por M. Bendala5. Nosotros no somos partidarios de identificar Tarsis con Tartesos, porque, a parte de las dificultades fonéticas (de Tarsis no se puede derivar Tartesos), la cosmografía judía se centraba en el Mar Rojo, sur de Arabia, Anatolia, Chipre y la cuenca del Éufrates. El Occidente se escapa totalmente a su interés. Es posible que hubiera varios Tarsis, y que se identificara alguno de ellos en época más posterior con Tartesos. Los minerales que buscaban se hallan también en Cerdeña, Anatolia y concretamente en la región del sureste, Cilicia, con la que los judíos en época de Salomón mantenían relaciones y de la que importaban caballos (1 Reyes 10, 28), e igualmente Chipre. Precisamente el historiador judío Josefo (Ant. 1, 6, 9-10) es de la opinión que Tarsis es Tarso, como el citado obispo Reticio.

Todos los textos bíblicos enumerados dan claramente la impresión de que se alude a un país concreto, al que llaman Tarsis. Proponen algunos autores (García y Bellido, Bosch Gimpera, Contenau) que bajo la denominación «naves de Tarsis» hay que entender una expresión genérica, equivalente a la moderna de trasatlánticos, que navegan por todos los mares y no necesariamente por el Atlántico, teoría quizá no muy probable, como se verá. No es tampoco muy aceptable la idea de Contenau que Tarsis tiene un significado vago, refiriéndose a «tierras extrañas», [-227-] a donde llegaba el comercio fenicio. Otros, en cambio, (Albright, Cintas e Hitti) opinan que significaba «mina», o «fundición», aplicándose posiblemente a distintos países ricos en metales, hipótesis quizá muy posible. Para los autores de los libros sagrados, Tarsis es un país concreto, como Ofir, Sabá o Dedán, según sostiene recientemente Barnett.
La Biblia (1 Reyes 22, 49; Salmo 72, 10; Isaías 66, 19; Jeremías 10, 9; Ezequiel 38, 13) asocia Tarsis con regiones localizadas, como observa Lorimer, en la ruta del Mar Rojo, lo que parece indicar que Tarsis se encontraba en la misma dirección. En este aspecto, son muy significativos los textos de 1 Reyes 22, 49 y 2 Crónicas 20, 35-36, que narran el mismo hecho; el primer autor dice que las «naves de Tarsis» construidas irían a Ofir; el segundo habla sólo de «naves de Tarsis», lo que parece señalar que ambos países se encuentran muy próximos o son el mismo. Como muy acertadamente anota Lorimer, estas naves construidas, según ambos textos bíblicos, en Asiongaber, paraje situado en el Golfo Elanítico, no podían navegar por otro mar que por el Índico, pues en la fecha a que se refiere el sagrado texto no se encontraba abierto el canal desde el Nilo al Mar Rojo, construido en tiempo de Necao, segundo faraón de la dinastía saíta, que gobernó entre los años 609 y 594 a. C., según indicación del historiador Heródoto de Halicarnaso (2, 158), que escribió su historia en el siglo V a. C.
Estos dos textos sirven para esclarecer las referencias sobre los viajes a Tarsis en época de Salomón. El rey judío construye naves en Asiongaber, que en compañía de navíos y marineros de Jirán iban a Ofir (1 Reyes 9, 27; 2 Crónicas 8, 17-18; 9, 10). Otros textos (1 Reyes 10, 23; 2 Crónicas 9, 21) dicen tan sólo que iban las naves a Tarsis con las de Jirán. Se observa, pues, la misma vinculación de Tarsis y Ofir y se señala que estas naves se construían en el mismo puerto del Índico que en tiempos de Josafat. Las naves de Jirán aparecen en otros parajes bíblicos (1 Reyes 10, 11) navegando a Ofir. Todos los textos referentes a intereses comerciales de los judíos del tiempo de Salomón a través del mar, salvo cuando traen maderas del Líbano, aluden a navegaciones por el Mar Rojo o por el Índico.
El investigador alemán M. Koch6 después de un detenido [-228-] examen de las fuentes del Antiguo Testamento, deduce que son ciertos los viajes a Tarsis. En la época de Jirán I de Tiro, y en el segundo milenio, son normales y frecuentes estos viajes de los fenicios a Occidente. Es seguro, según este autor, que los israelitas intervinieron en ellos en el marco de un tratado económico muy amplio. No sabemos nada sobre esta amplitud, modalidad y frecuencia del comercio en el Mediterráneo en época de Salomón. No tiene paralelos en la Antigüedad el contrato económico entre Salomón y Jirán I, contrato que responde a los modelos de contratos cananeos, contratos que, en lo referente a los viajes a Tarsis, están limitados sólo a los años del gobierno de esos reyes. No se sabe nada, ni son probables, repeticiones posteriores.
La época del profeta Isaías es un término ante quem para la ampliación de las relaciones Tarsis-fenicios. Antes no había un imperio colonial fenicio, como se afirma frecuentemente.
A partir del siglo VIII a. C. en Tarsis existían asentamientos fenicios no fijos para el comercio. Había grandes necrópolis en contacto con las factorías, que demuestran una continuidad de asentamientos antiguos. En los profetas Isaías y Ezequiel se afirma que Tarsis ya es importante en la red internacional del comercio con Tiro. En el libro de los Reyes y en Ezequiel aparece Tarsis como exportador de metales. En Isaías, Tarsis es también un país agrícola. Las fuentes sobre Tarsis son en su mayoría de segunda mano. Todas las indicaciones del Antiguo Testamento sobre Tarsis son de gran importancia, pues apenas poseemos datos relacionados con los fenicios. Las noticias sobre Tarsis en Isaías, Ezequiel y Asarhaddón se refieren al período más importante de Tarsis con relación al Próximo Oriente. Después de la primera mitad del primer milenio, el nombre e importancia histórica de Tarsis se perdió entre los judíos.
En el libro de los Jubileos, siglo II-I a. C., se menciona la ciudad de Gades. Josefo, que no sabe qué hacer con Tarsis y no conoce Tartesos, habla sobre la Península Ibérica como un nombre del mundo helenístico. Los judíos de esa época habían perdido ya la información geográfica que tuvieron en tiempos anteriores. La mención de los «barcos de Tarsis» tiene tres fases en [-229-] su significación: 1) el tipo de barco que utilizaron los fenicios en el que llegaron hasta Occidente a través del Mediterráneo y que posibilitó a sus usuarios la apertura de una ruta mediterránea. Esta ruta se llamó después con el nombre del punto de destino; 2) término técnico. No se puede excluir que el tipo de barco con el tiempo cambiara. Decisivo es que el viaje a Tarsis significa el punto culminante para la navegación fenicia; y 3) su descripción es más imprecisa, pues el Antiguo Testamento después del destierro no está informado sobre el comercio fenicio y su desarrollo. La escuela de Ezequiel marca el momento del cambio. En Isaías 60, no se sabe si el antiguo término técnico Tarsis es ya sólo, posiblemente, un tópico.
Los barcos de Tarsis desaparecen del Antiguo Testamento al mismo tiempo que el país de Tarsis. Se ignora cuándo dejaron de viajar esos barcos por el Mediterráneo. Koch es de la opinión de que la ruta del oeste era menos frecuentada y ello se relaciona con una autonomía de los asentamientos fenicios en el oeste. El nombre desapareció ante otras denominaciones más actuales. La concurrencia griega, que significaba rivalidad, desempeñaba un papel importante. En el libro de Jonás se habla no del barco de Tarsis, sino del barco que va a Tarsis. Ello podía significar que los barcos de Tarsis no se conocían en los siglos V-IV a. C. con este nombre7.

J. Alvar es partidario de localizar la Tarsis bíblica en el Mediterráneo, apoyándose en los textos del Antiguo Testamento, principalmente en los textos de Isaías 2, 12-16 y 23, 1-4, fechados a finales del siglo VIII. De estas fuentes, deduce este autor que el marco de navegación de las naves de Tarsis era el Mediterráneo. Esclarecedor sería el Salmo 72, fechado hacia el año 650. A finales del siglo VII pertenecería el texto ya citado de Génesis 10, que probaría una localización al oeste del Mediterráneo. J. Alvar concede especial importancia a los datos sobre Tarsis del libro de los Reyes, de comienzos del siglo VI a. C. Piensa este autor que las citadas flotas de Asiongaber, de Jirán y de Salomón, son la misma cosa. Las naves de Tarsis recorrerían el Mar Rojo según estos textos. Otros textos son de redacción posterior: Jeremías 10, 7-9; Ezequiel 27, 1-25; 38, 13, etc. Los textos de las [-230-] Crónicas o Paralipómenos son de época helenística: 1 Cr. 8, 17-18; 9, 10; 20, 35-37.
Del análisis, bien logrado, deduce J. Alvar que los textos más antiguos se refieren a los reinados de Salomón y Jirán, al siglo X a. C. y el Salmo 72, 10.
A información del siglo IX, corresponde 1 Reyes 22, 49; 2 Cr. 20, 35-37. De estos textos, no determinaría la localización de Tarsis.
En el siglo VIII, las naves de Tarsis realizan itinerarios en el Mediterráneo: Chipre-Tiro (Isaías 23,1), Tiro-Egipto (Isaías 23, 5), Tiro-Tarsis (Isaías 23, 6) y Jafa-Tarsis (Jonás 1, 1; 4, 2):
En el siglo VII se menciona la plata laminada de Tarsis e Israel (Jeremías 10, 9).
Al siglo VI a. C. pertenece una serie de itinerarios comerciales que empleaban las naves de Tarsis (Ezequiel 27, 25): Tiro-Chipre (Ezequiel 27, 6-7), Tiro-Egipto (Ezequiel 27, 7), Tiro-Tarsis (Ezequiel 27, 12), Tiro-Grecia (Ezequiel 27, 13 y 19), Tiro-Rodas? (Ezequiel 27, 15 y 20), Tiro-Asia Menor (Ezequiel 27, 13), Tiro-Judá e Israel (Ezequiel 27, 13), Tiro-Arabia (Ezequiel 27, 22).
Para J. Alvar8, Tarsis hay que situarla en el Mediterráneo. Se llamarían «naves de Tarsis» porque primeramente navegaban por este mar a Tarsis, aunque después lo hicieran por otros. Según este autor, Tarsis no es un lugar geográfico determinado, sino un concepto abstracto, que alude a una realidad geográfica ambigua, al extremo Occidente de donde se extraen materias primas con las que comercian los fenicios9. Las naves de Tarsis fueron los barcos empleados por los fenicios para llegar al occidente del Mediterráneo.

El espacio geográfico, político y cultural de Tarsis bajo el nombre antiguo fenicio hasta el final de la Segunda Guerra Púnica, desempeña un papel como zona punicizada de la Península Ibérica y forma parte de la Commonwealth Cartago-Fenicio Occidental. [-231-] También podemos asegurar que en el siglo VIII a. C. comerciantes griegos conocieron el mercado de metales bien frecuentado por los fenicios.
El nombre de Tarsis quizá sobrevivió en círculos púnicos en la Península Ibérica, mientras que el de Tartesos perduró en círculos intelectuales romanos de época helenística, que conocían exactamente su significado.
Hasta aquí se resume la opinión de Koch, que conserva muchos aspectos de la tesis defendida por A. Schulten, sin los puntos más chocantes. Koch es de la opinión de que la abundancia de plata, de la que habla Reyes 10, 21 [«No había nada de plata, no se hacía caso alguno de ésta en tiempos de Salomón»] y 10, 27 [«El rey hizo que en Jerusalén abundara la plata como las piedras»] no podía llegar de ninguna parte, sino de las minas de la Península Ibérica.
Últimamente han aparecido otras tesis sobre el significado de la palabra Tarsis. Así, G. Bunnes, después de un minucioso análisis de las fuentes literarias sobre la colonización fenicia, deduce que la sola hipótesis que se desprende del conjunto de fuentes es la que hace de Tarsis no una región occidental, sino el Occidente en su conjunto, y los barcos de Tarsis son navíos que comerciaban en esta dirección.
P. P. Berger, después de un análisis profundo de las fuentes bíblicas y de otras, concluye que Tarsis era Cartago, donde se fundían los metales de muy distinta procedencia. Existían dos rutas desde Oriente. La ruta norte seguía por Asia Menor a Chipre y Grecia. La del suroeste recorría Chipre, Creta y Cartago. Esta última ciudad era el final del viaje. Los barcos de Tarsis significaban para Cartago los barcos típicos de alta mar. Este autor descarta totalmente que Tarsis fuese idéntico a Tartesos.
La tesis de este sabio germano creemos que no se puede aplicar para las citas más antiguas sobre Tarsis, las de los viajes de Salomón. Sería la situación parecida a la descrita por Timeo (Pseudo-Aristóteles, De mirab. Ausc. 136), cuando afirma que los fenicios exportaban, vía Cartago, los salazones. Tampoco en el período orientalizante ha aparecido en el sur de la Península Ibérica material púnico abundante. Algo se ha señalado en los alrededores de Carmona. La tesis de P. P. Berger es la de los autores árabes. [-232-]

M. Bendala, después de comentar las fuentes bíblicas y las diversas interpretaciones propuestas, concluye que «... son seguramente la mejor prueba de la casi imposibilidad de extraer de los textos bíblicos datos de valor histórico incuestionable».
Según M. E. Aubert, la órbita geográfica del comercio de Tiro en Isaías se limitó al Mediterráneo oriental: Egipto, Kittim y Tarsis. En Ezequiel las potencias lejanas, que comerciaban con Tiro, actuaban como agentes bajo la tutela directa de Tiro y trabajaban para ella en sus países de origen. No se refiere el profeta hebreo a naciones como tales.
En el siglo IX a. C. el comercio de Tiro buscó nuevas materias primas y se encaminó a Israel, Siria y Chipre; con anterioridad, durante los siglos XII-X a. C., la organización del comercio fenicio estuvo supeditada al poder político, como lo indica el relato de Unamón, pero debió existir desde el principio un comercio privado, como el que tenía Urkatel, que poseía 30 naves. En el siglo XI a. C. el comercio fenicio estuvo controlado por poderosos príncipes, que eran una élite mercantil, mencionada por Isaías (23, 8). En el siglo X a. C., el comercio fenicio era estatal, como lo indican las empresas de Jirán y de Salomón. En los siglos IX-VIII a. C. comercian los privados. Las escalas comerciales en los siglos VIII-VII a. C. se convirtieron en colonias. En el siglo IX a. C., los mercaderes tirios operaban a grandes distancias, llegando a Uruk, Ur y Babilonia. A la etapa precolonial pertenecerían las cerámicas de Tiro halladas en Málaga, fechadas por la Dra. Bikay en el siglo X, y en la Cabeza de San Pedro. M. E. Aubet entiende por precolonización un movimiento de expansión naval y comercial con vistas a la búsqueda de materias primas, y un asentamiento permanente. Conllevaría la instalación de pequeños grupos de artesanos, ceramistas y metalúrgicos. Se caracteriza la precolonización por la circulación de objetos de lujo, dones y regalos de prestigio, y un comercio de trueque muy simple. En la etapa precolonial llegaría a Occidente la técnica de los marfiles de Carmona, desaparecida ya en Oriente, en la fecha asignada a estos marfiles.
Piensa M. E. Aubet que el término Tarsis indica, quizá, en principio un puerto de destino, y en tiempos de Josafat, una clase de navío que viaja a Ofir. La meta es Ofir y no Occidente. En el libro de los Reyes estos viajes no significan viajes a Occidente. En Isaías las «naves de Tarsis» son sinónimo de riqueza, lujo [-233-] y soberbia, y en otras referencias bíblicas (Ex. 28, 20 y Ez. 1,16; 10, 9) piedra preciosa. En opinión de esta autora, sólo a partir de los siglos VI-V a. C. sería un nombre de un lugar mediterráneo (Ge. 10, 4). El término Tarsis evolucionó con el tiempo.
J. Alvar ha criticado acertadamente a nuestro juicio esta tesis. Cuando Salomón encargó a Jirán que fabricara naves de Tarsis, éstas existían ya antes, navegaban por donde andaban los fenicios, es decir, por el Mediterráneo. La única vez que se menciona, desde el siglo X a. C., Tarsis como lugar de destino, es en 2 Crónicas, que es una mala copia de Reyes, donde el destino es Ofir. Si se elimina esta cita, ninguna mención del Antiguo Testamento une el Mar Rojo con un lugar llamado Tarsis. A lo único que se alude es a naves de Tarsis navegando por el Mar Rojo.

Fuentes griegas sobre Tartesos
Las fuentes antiguas griegas referentes a Tartesos, muy bien analizadas por Schulten y García y Bellido, no son muy abundantes, pero sí señalan los aspectos básicos del tema10.
Son fundamentales para el historiador los textos contemporáneos de Tartesos, que indican las premisas claras del problema. Así, el poeta Estesícoro, que vivió hacia el año 600 en Himera, la colonia griega más occidental de Sicilia, en un fragmento de su poema Gerioneis, transmitido por Estrabón (3, 12, 11), cita el río Tartesos, del que asegura: «Parece ser que en tiempos anteriores llamaron al Betis Tartesos, y a Cádiz y sus islas vecinas Eriteia. Así se explica que Estesícoros, hablando del pastor Gerión, dijese que había nacido enfrente de la ilustre Eriteia, junto a las fuentes inmensas de Tartesos, de raíces argénteas es un escondrijo de la peña.» El geógrafo griego Estrabón, contemporáneo del emperador Augusto, comenta este paraje en los siguientes términos: «Y como el río tiene dos desembocaduras, dícese también que la ciudad de Tartesos, homónima del río, estuvo edificada antiguamente en la tierra colocada [-234-] entre ambas, siendo llamada esta región Tartesis, habitada ahora por los túrdulos. Eratóstenes acostumbra a llamar Tartesis a la región cercana a Calpe, y a Eriteia "Isla afortunada". Mas Artemidoro, opinando en contra, afirma que ello es falso». Artemidoro, a comienzos del siglo I a. C. visitó el sur de la Península Ibérica (Estrabón 3, 1, 4). Al poeta Estesícoro se debe la localización del mito de Gerión en Cádiz, a quien Hércules robó los rebaños de bueyes. En la Biblioteca de Apolodoro, se lee un extracto del poema Gerioneis, que influyó mucho en las pinturas de los vasos griegos de figuras negras.
Señala este autor dos datos importantes, la existencia de un río con el nombre de Tartesos y la presencia en él de plata. Ambos datos aparecen confirmados por otras fuentes, que completan las noticias; estos textos, aunque transmitidos por autores muy posteriores, deben de haberse tomado de escritores coetáneos de Tartesos, ya que producen en el lector la impresión de ser citas textuales. En Esteban de Bizancio se lee: «Tartesos, ciudad de Iberia nombrada por el río que fluye de la montaña de la plata, río que arrastra también estaño, en Tartesos.»
El comentarista bizantino da los mismos datos que Estesícoro, y añade, por su parte, que existe una ciudad con el nombre del río y que éste arrastra también estaño. Escimo 164 (Eforo), que extracta textos del siglo VI a. C., y que a su vez habla de la ciudad y del río con estaño, completa la noticia indicando que el río nace en la Céltica, y que lleva también oro y cobre: «La famosa Tartesos, ciudad ilustre, que trae el estaño arrastrado por el río desde la Céltica, así como oro y cobre en mayor abundancia.»
Eustatio a Dionisio 337, confirma los datos ya apuntados: la existencia de una ciudad con el nombre de un río que arrastra estaño: «Dicen que el Betis es un río de Iberia que tiene dos desembocaduras y en medio de ellas, como en una isla, está la citada Tartesos, así denominada porque también el Betis se llamó Tartesos entre los antiguos... y se cuenta que el río Tartesos lleva el estaño a los de allí.»
Otros textos ofrecen indicaciones sobre la localización de la ciudad: así, en el escolio de Aristófanes, Ranas, se explica: «Tartesos, ciudad de Iberia, cerca del lago Aorno.»
En un escolio a Licofrón 643 se afirma que «Tartesos está cerca de las Columnas de Hércules» (Estrecho de Gibraltar). [-235-]
La descripción más completa sobre Tartesos se encuentra en los versos de la Ora Marítima de Avieno, en los que se transcriben una serie de datos tomados también de un autor, púnico seguramente, del siglo VI a. C., coetáneo, por tanto, de los hechos que describe y que presenció personalmente. Los datos del poema, que parecen del siglo VI a. C., son los siguientes: Tartesos está en una isla del golfo de su mismo nombre, en el cual desemboca el río Tartesos, que baña sus murallas, después de pasar por el lago Ligustino. El río forma en su desembocadura varias bocas, de las que tres corren al oriente y cuatro al mediodía, las cuales bañan la ciudad. Arrastra en sus aguas partículas de pesado estaño, y lleva rico metal a la ciudad de Tartesos. Cerca se hallan el Monte de los Tartesos, lleno de bosques y el monte Argentario, sito sobre la laguna Ligustina, en cuyas laderas brilla el estaño. La ciudad de Tartesos está unida por un camino de cuatro días con la región del Tajo, o el Sado y, por otro de cinco, con Mainake, donde los ricos Tartesios poseen una isla consagrada por sus habitantes a Noctiluca. El límite oriental del dominio de los tartesios estuvo, en tiempos, en la región de Murcia y el occidental en la de Huelva (Ora Mar. 54, 100, 179, 223, 225, 265, 284, 291, 296, 308, 428, 436).
El poema de Avieno coincide plenamente en su descripción con los datos que aportan los autores contemporáneos de Tartesos; ambos grupos de fuentes se fijan en los mismos puntos: la existencia de una ciudad y de un río limado Tartesos, su localización cerca de un lago, la existencia de estaño y plata en el río. Avieno añade algunas pinceladas accesorias, como delimitar la extensión del dominio de los tartesios.

De toda estas fuentes, se deduce claramente que con Tartesos se vincula íntimamente la riqueza en estaño y plata, en primer lugar y, de manera secundaria, con otros minerales, como oro y cobre. Para todas las fuentes coetáneas de Tartesos, esta ciudad se une de forma inseparable a la obtención de metales, particularmente del estaño. Las fuentes señalan escuetamente que Tartesos ciudad es un emporio minero, cuya importancia estriba en la riqueza en estaño y plata de su río.
La vida de Tartesos coincide con el período durante el cual el estaño es una materia prima codiciada en grado sumo. Los textos citados, y otros aducibles, que hablan concretamente de una ciudad, incluso mencionan sus murallas (Josefo, Apión, 1, [-236-] 12; Heródoto 4, 152; Estrabón 3, 2, 11 y Pausanias 6, 19, 3), obligan a desechar la tesis expuestas por Rhys Carpenter, y antes por Bosch Gimpera, de que no existen testimonios que prueben que Tartesos era una ciudad.

Relaciones de Tartesos con los griegos

La riqueza en metales de Tartesos queda confirmada por un autor muy posterior, Pausanias, que escribió una guía de Grecia, hacia el año 180, «Periégesis tes Hellados», en la que escribió: «En Olimpia hay un tesoro de los de Sición, ofrenda de Mirón, tirano de Sición. La ofreció cuando en la Olimpiada XXXIII venció en las carreras de carros. En el tesoro hay dos cámaras, una de orden jónico y otra dórico. Yo mismo vi que están hechas de bronce y no sé si precisamente tartésico, como afirman los eleos.» Este texto ha sido valorado por A. García y Bellido. Según este autor, se trataba de dos cámaras forradas de planchas de bronce para defender los tesoros allí depositados. Según Pausanias, pesaban 500 talentos de bronce, es decir, más de 13 toneladas. La duda del escritor griego de si el bronce utilizado es tartésico o no, tiene poca importancia. Lo fundamental es que los eleos admitieran la posibilidad de que podía ser tartésico, lo que probaría la exportación a Grecia de los metales de Tartesos hacia el año 600 a. C. en el que se sitúa la tiranía de Mirón.
En fecha algo anterior, hacia el año 630 a. C., los griegos ya se habían puesto en contacto directo con Tartesos y traían de allí metales. El suceso ha sido narrado por el historiador Heródoto (4, 152), que cuenta el hecho en los siguientes términos: «Los samios partieron de la isla y se hicieron a la mar, ansiosos por llegar a Egipto, pero se vieron desviados de su ruta por causa del viento de levante. Y como el aire no amainó, atravesaron las Columnas de Hércules y bajo el amparo divino llegaron a Tartesos. Por aquel entonces, ese emporio comercial estaba sin explorar, de manera que a su regreso a la patria, los samios, con el producto de su flete, obtuvieron, que nosotros sepamos positivamente, más beneficios que cualquier otro griego, después, eso sí, del egineta Sóstrato, hijo del Laodamente, pues con este último no puede rivalizar nadie. Los samios apartaron el diezmo de sus ganancias, seis talentos (unos 155,5 kg. de plata), [-237-] mandaron hacer una vasija de bronce, del tipo de las cráteras de Argos, alrededor de la cual hay unas cabezas de grifos en relieve. Esta vasija la consagraron en el Hereo (el templo de Hera) sobre un pedestal compuesto por tres colosos de bronce de siete codos, hincados de hinojos» (traducción de C. Schroder). Este texto es importante por varios motivos. Se afirma en él que los griegos no comerciaban directamente con Tartesos antes de este viaje, en el que el patrón se llamaba Colaios; en segundo lugar, se confirma la riqueza fabulosa en metales de Tartesos. Se recuerda, en tercer lugar, que otros griegos, como Sóstrato, de Egina (isla enfrente de Atenas), obtuvieron grandes ganancias de comerciar con Tartesos. La confirmación de esto último podrían ser, según A. Blanco, las monedas de Egina, que serían acuñadas en plata, aunque los análisis de monedas griegas parecen descartar esta última posibilidad, la cual probaría la actividad comercial de Egina, de la que hay en la época arcaica otras noticias. Heródoto debió ver en el Heraión de Samos la ofrenda cuyo pedestal tenía una altura 3,1 cm. Los peines de marfil, tipo de Colaios, confirmarían igualmente estas relaciones entre Samos y Tartesos.
El mismo autor (1, 163) narra las relaciones entre los habitantes de Focea, en la costa occidental de Asia Menor y Tartesos, «los habitantes de Focea, por cierto, fueron los primeros griegos que realizaron largos viajes por mar y son ellos quienes descubrieron el Adriático, el Tirreno, Iberia y Tartesos. No navegaban en naves mercantes, sino en penteconteras. Y al llegar a Tartesos, se hicieron muy amigos del rey de los tartesios, cuyo nombre era Argantonio, que gobernó Tartesos durante 80 años y vivió en total 120. Pues bien, los foceos se hicieron tan grandes amigos de este hombre que primero les animó a abandonar Jonia y a establecerse en la zona de sus dominios que prefiriesen y posteriormente, al no lograr persuadir a los foceos sobre el particular, cuando se enteró por ellos de cómo progresaban los medos, les dio dinero para circundar su ciudad con un muro. Y se lo dio a discreción, pues el perímetro de la ciudad mide efectivamente no pocos estadios y todo ello es de bloques de piedra grande y bien ensamblada. De este modo, pues, fue como pudo construirse la muralla de Focea» (traducción de C. Schroder).
La confirmación arqueológica de estas relaciones entre Focea y el monarca Argantonio puede ser la abundancia de cerámica [-238-] griega de los mejores talleres del momento que aparece en Huelva capital, fechada entre los años 630 y 520 aproximadamente y en fecha posterior, hacia mediados del siglo V a. C. Las esculturas de Obulco (Porcuna, Jaén), que posiblemente fueron obra de artistas focenses o muy influenciados por ellos. Incluso E. Langlotz y A. Blanco hablan de una escuela iberofocense de escultura ibérica, que comenzaría a trabajar en los últimos 20 años del siglo VI, a la que pertenecerían la cabeza de Elche con peinado de trenzas, la cabeza de esfinge procedente de Alicante, hoy en el Museo Arqueológico de Barcelona, y la esfinge de Agost, la esfinge en relieve de El Salobral y la cabeza de grifo de Redován, etc. La fecha de todas estas obras debe ser el siglo V a. C.
La longevidad del monarca tartesio Argantonio está confirmada por otras fuentes, como el poeta griego Anacreonte, que nació en Teos (Asia Menor) hacia el año 570 a. C., a través de Estrabón (3, 2, 14): «... yo mismo no desearía ni el cuerno de Amaltea ni reinar 150 años en Tartesos».
La vida de Argantonio discurre entre los años 670 y 550 a. C. y su reinado desde el año 630 a. C. Las características de la monarquía tartésica y de su rey Argantonio han sido bien descritas por J. Caro Baroja: «Gran felicidad y longevidad extraordinarias se atribuían a los tartesios y, sobre todo, a sus reyes, según el comentario de Estrabón», confirmado por Heródoto. Las referencias que se espigan en autores posteriores están sacadas de estos dos autores. Cicerón (De sen. 19) sigue a Heródoto al igual que Valerio Máximo (8, 19, 3). El historiador alejandrino del siglo II, Apiano (6, 11), depende de Anacreonte a través de Polibio. El naturalista latino Plinio, que en época de los emperadores flavios fue procurador de la provincia tarraconense, escribe (7, 154, 156) siguiendo a Anacreonte: «El poeta Anacreonte dio a Argantonio, rey de los tartesios, 150 años» y «... es poco más o menos verdad que Argantonio el gaditano reinó 80 años y se cree que comenzó a reinar hacia el cuadragésimo de su vida». El dato de 80 años de reinado lo sacó Plinio de Heródoto. El satírico del siglo II, Luciano de Samosata (Macr. 10) cifra en 150 años la vida del monarca tartésico, anotando que algunos consideran la noticia fabulosa. Censomio (De die nat. 17) cambia los datos, pues atribuye a Heródoto la cifra que da Anacreonte. Argantonio siempre fue el símbolo de la felicidad terrena. [-239-] El poeta de época flavia Silio Itálico, que cantó la Segunda Guerra Púnica, le hace vivir tres siglos y le califica de monarca guerrero.
Los filósofos han interpretado el nombre del rey tartésico como «hombre de la plata», apodo que aludiría a la fabulosa riqueza en plata de su reino. Seguramente sería una prueba de la presencia celta en Tartesos a juzgar por la etimología de su reino. El influjo de los pueblos de la Meseta castellana queda bien patente en la cerámica de Cástulo (Jaén). Argantonio es el símbolo de la riqueza en metales del Occidente Mediterráneo.
A. García y Bellido es de la opinión de que esta longevidad debe entenderse como la duración de una dinastía, o la suma de dos o más reinados del mismo nombre.
J. Caro Baroja se inclina a creer que a los ojos de los griegos y romanos la existencia de reyes longevos estaba cargada de un significado más profundo o místico; para lo que aduce varios ejemplos sacados de los autores clásicos. Defiende este autor que para los antiguos la longevidad próspera del rey produce el bien incluso físico. Tartesos sería un reino casi paradisíaco a causa de la bondad de su reino feliz11.

Fuentes latinas sobre Tartesos

Los autores latinos oscilaron en la localización de la ciudad de Tartesos, lo que prueba que a finales de la República romana Tartesos se perdía en la penumbra de los siglos.

Para Plinio el Viejo (4, 120) Tartesos era Cádiz «Nosotros (los romanos) la llamamos Tartesos y los púnicos Gadir, lo que en lengua púnica significaba reducto.» Esta opinión es la seguida por Salustio (Hist. 2, 5), Cicerón (Ad. Ale. 3, 11), por Valerio Máximo (8, 13, 4) y por Silio Itálico (1,6, 465), por Justino (44, 4, 14) que resume a Trogo Pompeyo historiador galo de época de Augusto, por Arriano (2, 16, 9) y por Avieno (85, 269) y por el autor bizantino Lido (49 a). Más chocante es que el gaditano Pomponio Mela (2, 96) alude a la creencia de algunos de que Carteia era Tartesos: «Más adelante se abre un golfo en el cual está Carteia, ciudad habitada por fenicios, trasladados de África, que algunos creen que es la antigua Tartessos.»
La paginación que aquí se recoge es la que aparece en la edición previa en José María Blázquez Martínez, Fenicios, Griegos y Cartagineses en Occidente, Madrid 1992, 220-239.

[Texto editado previamente en José María Blázquez Martínez, Fenicios, Griegos y Cartagineses en Occidente, Madrid 1992, 220-239 y reproducido aquí por cortesía del autor.]

FUENTES:
Ver  también “Panorama general de la presencia fenicia y púnica en España”
1 A. Schulten, Tartessos, Madrid, 1984.
2 A. García y Bellido, Historia de España. España Protohistórica, Madrid, 1975.
3 G. Bunnens, L'expansion phénicienne en Méditerranée. Essai d'interpretation fondé sur une analyse des traditions littéraires, Bruselas-Roma, 1976.
4 J. M. Blázquez, Tartesos y los orígenes de la colonización fenicia en Occidente, Madrid, 1976, con toda la bibliografía; Id., Religiones primitivas Ibéricas II, Madrid, 1983.
5 M. Bendala, La civilización tartésica. Historia General de España y América, vol. I, 1, Madrid, 1985, con la bibliografía fundamental.
6 M. Koch, Tärschisch und Hispanien. Historisch-Geographische und Namenkundlicber Untersuchungen zun phönikischen Kolonisation der Iberischen Halbinsel, Berlín, 1984.
7 H. G. Niemeyer, «Die Phönizier und die Mittelmeerwelt im Zeitalter Homers», Jahrbuch des römischen-germanischen Zentralmuseums, 1984.
8 J. Alvar, J., «Aportaciones al estudio del Tarshish bíblico», RSF, 10, 1982, págs. 211 y ss.
9 Id., «La precolonización y el tráfico marítimo fenicio por el Estrecho», Congreso internacional El Estrecho de Gibraltar, Ceuta, noviembre 1987, Actas 1, Madrid.
10 Varios, Tartessos, Barcelona, 1969; F. Presedo, Historia de España Antigua. I. Protohistoria, Madrid, 1980.
11 J. Caro Baroja, «La "realeza" y los reyes en la España Antigua», Estudios sobre la España Antigua, Cuadernos de la Fundación Pastor, 17, págs. 19 y ss.

viernes, 19 de diciembre de 2014

El Pueblo de Liguria y el Lago Ligustino


 



Los“Ligures históricos”, son un pueblo coetáneo de los Romanos asentado en el área del sur de Francia y Noroeste de Italia (Liguria, Génova), de cuya lengua aunque no ha sido descifrada quedan restos escritos. Sus costumbres eran bien conocidas y fueron descritos por los autores latinos. En segundo lugar estarían los “Ligures protohistóricos” (entre los cuales estarían los que mantenían relación con Tartessos) a los que por analogía se les puede suponer rasgos culturales similares a los anteriores y que estuvieron asentados en gran parte de la costa de Europa Occidental, pero de los que sin embargo no nos han llegado testimonios directos de historiadores de la antigüedad. En cualquier caso parece demostrado que todos los Ligures mantenían entre sí relaciones comerciales sostenidas en su unidad cultural y el hecho de poder hablar todos una lengua con tronco común. Los romanos cuando llegaron a la bética pudieron identificar rasgos culturales comunes e incluso un lenguaje residual común a los Ligures del NO italiano que ellos conocían de primera mano.

Historia Geológica del Estuario del Guadalquivir

 En un principio, en la zona existía un gran estuario con ambiente marino (figura A), cuyas orillas en su margen oeste eran los terrenos ocupados por antiguos mantos eólicos aportados por el mar gracias al viento predominante en la zona SO-NE. Dicho estuario llegaba prácticamente hasta la zona donde actualmente se encuentra la ciudad de Sevilla.

En este estuario el río fue depositando sedimentos que, cuando se enfrentaban a la fuerza del mar, se depositaban formando una barrera arenosa litoral (figura B). La sucesiva acumulación de sedimentos dio lugar a la formación de numerosas islas, que se fueron uniendo entre sí y formando algunas islas muy grandes, entre las que discurrían canales de agua. Con el paso del tiempo, la barrera arenosa terminó por cerrarse, de lo cual hace unos 6.000 años (figura C), era el llamado lago Ligur de los romanos Como último y definitivo paso, el lago interior fue perdiendo profundidad gracias a los continuos sedimentos de los afluentes, lo que dio lugar a la marisma, que sigue actualmente siendo surcada por los diversos brazos de ríos o arroyos, ahora llamados caños o brazos de la marisma (figura D).
 
Evolución geológica del paleoestuario
Al principio la marisma tenía carácter marítimo (dependiente de las mareas), pero su aislamiento progresivo del mar la fue transformando en una marisma pluvial (que depende más del agua de lluvia), recibiendo aportes fluviales por inundación en épocas de abundantes precipitaciones. El actual encauzamiento del río Guadiamar entre dos muros y otras intervenciones de ingeniería que se han realizado la privan del aporte de agua fluvial, siendo el arroyo de La Rocina hoy día el único que sigue suministrando una cantidad significativa de agua a la marisma, y sin problemas de contaminación.
Orígenes y Fuentes

Adolf Schulten considera Ligur a toda la península hispánica antes de la invasión de los Iberos de estirpe africana y sostiene que el idioma vasco es un relicto Ligur. La afirmación de que el pueblo primitivo de la Península es el Ligur; se apoya en un pasaje de Hesíodo que en el siglo VII a C quien llama el Ligues (Ligur) a todo el occidente europeo. Erastótenes nombra a Hispania como Ligústica. Avieno habla en la Bética del Ligustinus lacus y pone en Galicia y en Portugal a los Oestrimnios, de nombre idéntico a los Ligures de Bretaña.

La estrofa de la Ora Marítima donde aparece referido el Lago Ligustino o Ligur: “Pero el río Tartessos, fluyendo desde el lago Ligustino, a campo traviesa, envuelve una isla de pleno con el curso de sus aguas. No corre adelante por un cauce único, ni es uno solo en surcar el territorio que se le ofrece al paso, pues, de hecho, por la zona en que rompe la luz del alba, se echa a las campiñas por tres cauces; en dos ocasiones, y también por dos tramos, baña el sector meridional de la ciudad [Tartessos]”. (Vv 285-290).
Datos recientes
 
 Mapa basado en los datos de D. Fco. J. Barragán

Francisco José Barragán, profesor titular de la Universidad de Sevilla (Facultad de Química), natural de Coria del Río, aportó, en diciembre de 2005, nuevos datos que hacen subir la desembocadura del río Guadalquivir antes de Coria y Dos Hermanas para la referida época. En efecto ese río vertía primero sus aguas este en el Lago Ligur (una laguna de marismeña previa al golfo marino), y de este a la ensenada marina que Rufo Festo Avieno llama "Golfo Tartéssico"; dado que entre ambos (lago ligur y golfo marino) estaba ubicada una zona de tierra formando una isla, Tartessos vendría a situarse en ella.
 
En la época a la que se refiere el relato de Avieno (Siglo VI a. C.) el actual Guadalquivir desembocaba en el denominado “Estrecho de Coria” (cuyos dos vértices serían Caura -Coria del Río- y Orippo - Dos Hermanas-) en un extenso Golfo marino denominado “Golfo Tartésico” que podemos considerar mar abierto y que ocuparía todo el sur de la provincia de Sevilla en una zona que comprendería las Marismas e Islas del Guadalquivir.

El río Guadalquivir desembocaría, según Fco. José Barragán, aproximadamente a la altura de Alcalá del Río primero en el Lago Ligur o Licustinus y al final de este lago el autor sitúa entre Coria del Río y Dos Hermanas una barra de sedimentos fluviales formando una isla. El lago se desbordaría mediante dos bocas, una a cada lado de la franja de sedimentos que conforman la isla, y finalmente pasaría sus aguas al golfo marino.
 
Golfo marino Tartéssico y Lago Ligur separados por una barra de sedimentos que forman una isla . La forma de la isla quedaría fosilizada aproximadamente en el meandro que el Guadalquivir formaba en Coria (Meandro de la Merlina).

Estrabón decía:"Y como el río tiene dos desembocaduras, dícese también que la ciudad de Tartessos, homónima del río, estuvo edificada antiguamente en la tierra colocada entre ambas, siendo llamada esta región Tartéside." (Estrabón, 3,2).
Aunque Estrabón escribió estos datos referidos al estado de la desembocadura en el mar aproximadamente en el Siglo I a. C., por lo tanto se refería al estado geológico de la desembocadura mucho después del Siglo VI a. C. cuando ya hacía al menos cuatrocientos años que no existía Tartessos, esta frase refleja que el modelo geológico y por tanto la geodinámica se reproduciría más abajo con el tiempo.

Lo que pasó entre Coria y Dos Hermanas con la formación de una barra de cierre de un lago, se repitió más adelante entre Bonanza y Doñana y la frase de Estrabón guarda una reminescencia de ello . Este error fue el que hizo precisamente que Schulten buscáse y tratase de excavar sin éxito Tartessos en los años de 1920 entre Matalascañas y la Torre de San Jacinto, ya que en su momento no se contaba con un conocimiento exacto de la geodinámica del valle y estuario del Guadalquivir .

Francisco José Barragán en su trabajo ha conformado el perímetro del Lago Ligur y del Golfo Tartéssico en base a publicaciones del Instituto Geológico y Minero de España y autores como Gavala J., García y Bellido A., Blázquez, J. M., Maluquer de Motes J., y al mismo Schulten, A.; a partir de la documentación proporcionada desde 1995 por el V Simposium Internacional de Prehistoria Peninsular. "Tartessos 25 años después". Jerez de la Frontera. "El Problema del lacus Licustinus. Investigaciones Geoarqueológicas en torno a las Marismas del Bajo Guadalquivir" - Arteaga O., Schulz H.D., A.M. Roos.; y bajo la "inspiración" de la "Ora Maritima" de Avieno o la "Geografía de Estrabón" entre otras fuentes antiguas.

Fco. J. Barragán aporta también hipótesis sobre los últimos momentos de Tartessos, la explotación del metal y su comercio con Fenicios y Griegos, y la relación de todos ellos con los últimos Ligures. Un final de Tartessos vinculado totalmente al fin de la explotación de las minas,y por tanto al fin de su papel de centralización del mercado de los metales y puerto de distribución de los mismos por todo el Mediterráneo. Este papel de Meca de los metales fue desarrollado Tartessos durante muchos siglos hasta la ocupación cartaginesa a mediados del I Milenio a. C.

Los momentos inmediatos fueron los que conocería nuestro marinero Marsellés del siglo VI a. C. que sirvió de fuente a Avieno y cuyo derrotero de navegante por las costas del Golfo Tartéssico y el Lago Ligur describió un "paleo mapa" muy semejante al que Fco. J. Barragán nos ha presentado.

El Lago Ligur quedaría así conformado entre El Aljarafe al oeste y Los Alcores al este; un norte aun incierto, y al sur, una isla sedimentaria, que de acuerdo a este cuerpo de argumentos, debió ser el sitio de ubicación de Tartessos. Como dice Fco. J. Barragán con la construcción futura del túnel del Guadalquivir correspondiente a la autovía SE-40 ó la ampliación del puerto de Sevilla, pudiera ser que apareciese algo que nos diera buenas pistas. Por ello la ejecución de las citadas obras deberían atender a esta posibilidad. También apunta la posibilidad que las cuencas de los ríos Guadaíra y Guadalete estuvieran unidas mediante un canal artificial. El río Guadaíra desembocaría mediante un gran caño en el Lago Ligur en un punto cercano a Torreblanca de los Caños. Un puerto fluvial en el río Guadaíra, el puerto de Irippo en Gandul.




Fuente y Fotografías: Los Alcores. Info--sevillatequiero.blogspot.com.es/

sábado, 15 de septiembre de 2012

Hipotesis de las posibles ubicaciones de la batalla de Munda


Como es sabido, la «llanura de Munda» o campus Mundensis, así como el correspondiente oppidum del mismo nombre, en cuyos aledaños tuvo lugar la batalla decisiva de César frente al hijo mayor de Pompeyo Magno, Gneo Pompeyo el Joven, el 17 de marzo del año 45 aC, permanece aún día sin localizar de una manera definitiva.

Actualmente, son dos las propuestas que se disputan la ubicación de la llanura y de la ciudad, y ambas se remontan al siglo dieciocho o comienzos del diecinueve. Ambas tienen en su origen a valedores españoles. En un caso, la ciudad elegida es la cordobesa de Montilla y la llanura, los llamados Llanos de Vanda. En el otro, el lugar se sitúa al oeste de Osuna, pueblo de la provincia de Sevilla, en las cercanías de La Lantejuela, en los denominados Llanos del Águila y Cerro de las
Camorras o de las Balas.

Pero, muy probablemente, ninguno de estos dos lugares corresponde a la verdad histórica, y, de todas formas, creo que el sitio de la batalla ha de buscarse siempre al norte del río Genil, por lo que, a contracorriente de las tesis que más apoyos hallan modernamente, encuentro que la primera propuesta tiene más visos de verdad que la segunda.

Pues, en efecto, si esta última se cimentase única y exclusivamente en la aseveración que encontramos al final del capítulo 41 del Bellum Hispaniense en donde se afirma que Osuna (ciudad que César se apresta a tomar, por ser pompeyana, tal vez a finales de marzo, días después, por tanto, de la batalla de Munda) es una ciudad bien fortificada, que posee provisiones de agua y leña en su interior, por cuanto en torno a ella era imposible encontrar agua a menos de doce kilómetros, así como tampoco leña a menos de nueve, dado que Pompeyo (Gneo) había talado la madera e introducídola dentro de la ciudad, «por lo cual los nuestros (a saber, los
soldados de César) no tenían más remedio que alejarse hasta Munda, que acababan de tomar, para transportar madera allí (a saber, a Osuna; B.H. 41, 6: ita necessario nostri deducebantur, ut a Munda, quod proxime ceperant, materiem illo deportarent) », entonces la ubicación de Munda en la vecindad de Osuna sería, cuando menos, una hipótesis aceptable, independientemente de que convenciese o no.

Ahora bien, resulta que éste no es argumento único. Ni único ni exclusivo. En honor a la verdad, tampoco es el primer argumento que manejan los defensores de la teoría. Cuando se aduce (en ocasiones, ni siquiera se aduce) es, a lo sumo, un segundo argumento.

Pues bien, esta situación, precisamente, echa por tierra, definitivamente a mi juicio, la pretensión de colocar a Munda al oeste de Osuna, por cuanto todos los demás argumentos tomados uno por uno no son, en sí, definitivos y, amontonándose los unos encima de los otros, se restan fuerza recíprocamente y debilitan la teoría en cuestión.

Es así como no es argumento el primero que esgrimen Durán-Ferreiro (232), a saber, que Munda «estuvo emplazada en el territorio que en tiempos de Plinio constituía el conuentus de Astigi», por la sencilla razón de que también Ucubi (Espejo), que dista 30 kilómetros de Córdoba, pertenece a dicho conuentus. Estos autores presentan otros argumentos, que examinaremos más abajo. Nos vamos a centrar ahora en uno que ellos consideran novedoso y determinante, a saber, el descubrimiento de un pasador de plata (cuya descripción se halla en p. 234) con la inscripción A VARO, es decir, Atio Varo, quien tras el desastre pompeyano de Tapso (año 48) pasó a España, intervino en la batalla de Munda y en ella perdió la vida.

Los autores imaginan que «es muy probable que fuera perdido por Varo durante el combate o por el soldado cesariano al que […] le tocó en suerte la pieza». Decididamente, no deja de fascinar un hallazgo de esta naturaleza, sólo que desgraciadamente «se trata de un objeto que puede viajar», como no pueden menos que reconocer los propios autores (234), y ahí radica su punto débil: hallado en este caso en los llamados Llanos del Águila el pasador podría haber sido encontrado en cualquier parte.

Puesto que el Bellum Hispaniense menciona el sitio de Carruca (Cárruca) entre Ventipo (Véntipo) y la llanura de Munda, y afirma asimismo que la distancia existente entre el primer lugar citado y esta última llanura hubo de ser salvada antes de entrar en combate por el ejército de César; si aceptamos que el famoso Campus Mundensis está sito al norte de Osuna, en los Llanos del Águila, como pretenden los estudiosos antes mencionados, entonces dicha ciudad de Cárruca tendría que estar situada entre los ríos Genil y Corbones, si, viniendo el ejército de César desde Ucubis, Véntipo, por la que pasa, queda previamente situada al este de Ostippo (Écija). El lugar preciso, según Ferreiro, «aunque no definitivo» (268), sería el Cortijo de los Cosmes: «A título provisional, naturalmente, pues no lo sabremos con seguridad hasta que no contemos con un epígrafe que lo confirme» (267). Pues eso, justamente: si pudiésemos localizar bien estos dos núcleos urbanos, de semejante seguridad se seguiría que Munda quedaría localizada con toda exactitud.

Desgraciadamente, vemos que no es éste el caso.

Corzo resume su análisis del material que concierne a la posible localización de Munda, a la que ubica en los ya conocidos Llanos del Águila, en los siguientes cinco puntos (251-252):

1. Glandes de plomo, incluso con una inscripción relativa a Gneo Pompeyo, en los yacimientos próximos a Osuna denominados «Cerro de la Camorra» y «Cerro de la Atalaya», los cuales no aparecerían en otras localizaciones.

2. Proximidad de la vía de Carteya, utilizada por Gneo Pompeyo para poner tierra por medio.

3. Continuidad de una importante población en aquella zona durante época imperial

4. Semejanza topográfica con los parajes descritos en el B.H.

5. «La proximidad de Osuna justifica la carta enviada por Gneo Pompeyo a los habitantes de la ciudad antes de la batalla […] y concuerda con los datos del capítulo 41 a los que hicimosreferencia (a saber, necesidad de buscar agua y leña en Munda; 252)».

Puntos a los que cabría replicar:

1. Igual que manifestamos respecto al pasador, ¿sería imposible esperar que tales glandes apareciesen en otros lugares? Y si así fuese, ¿tendríamos que concluir necesariamente que allí podría estar Munda, deduciendo sistemáticamente de todo lugar en que aparezcan que allí tenemos una Munda?

2. ¿Acaso si Gneo se hallase más lejos de semejante vía iba a dejar de huir por ello?

3. ¿No es verdad igualmente que también en otros puntos cabe inferir que ha persistido una importante población?

4. ¿Acaso en los Llanos de Vanda no se da también una gran semejanza topográfica?

5. ¿Es imprescindible que, para que Pompeyo envíe una carta a determinada población, ésta se halle muy cerca?

Se ve, pues, que ni por sí solos ni por separado estos argumentos poseen la suficiente fuerza probatoria, hecho que admite el propio autor (252): «La demostración definitiva de esta hipótesis necesitaría quizá de hallazgos epigráficos o excavaciones extensas, de los que aún no disponemos.»

Como se ve, reina la inseguridad, de manera que sólo Ferreiro con su intento de localizar las poblaciones de Cárruca y Véntipo opta por elegir un método siquiera convincente. Otra cosa es que de ese método no se siga, desgraciadamente, nada decisivo y que en la identificación buscada no alcancemos seguridad alguna y parezca que estamos jugando a las adivinanzas.

Volvamos, pues, a la vecindad de Osuna. Ya hemos visto cómo en la obra que narra esta última fase de la guerra civil entre César y Pompeyo el joven se nos informa de que la madera necesaria para la campaña se halla a no menos de nueve kilómetros de distancia, y que por eso hay que ir a buscarla a Munda (B.H. 41, 5). Pero cabe razonar de la siguiente manera: si no hay madera a menos de nueve kilómetros nada excluye que haya madera a los diez kilómetros, pongamos por caso. Entonces, ¿por qué no dice el autor que iban a recogerla a esa distancia? Pues, por definición, a esa distancia sí había madera. Si, como es obvio, Munda está al lado del campus Mundensis, y éste queda identificado como «Los Llanos del Águila», a una distancia, al norte de Osuna, superior a los nueve kilómetros, no se ve por qué habían de ir tan lejos a buscarla, teniéndola bastante más cerca. Esto es, no se ve por qué Munda ha de estar junto a los Llanos del Águila para que quede cerca de Osuna y de esta manera justificar la búsqueda de madera en sus alrededores, ya que no la había a menos de nueve kilómetros a la redonda de esta última ciudad (pero, como hemos mostrado, sí podía haberla, digamos, a diez kilómetros de distancia). En otras palabras, si esto es así, los soldados se mostraban bastante lerdos, puesto que se dejaban atrás lamadera y progresaban en su busca, alejándose insensatamente de ella. Para el caso, lo mismo da que Munda esté situada a 20 kilómetros de Osuna como a 60, pues tanto en uno como en otro dejan absurdamente a sus espaldas la ansiada madera.

Por tal motivo, cabe preguntarse si no se estará queriendo decir otra cosa. Esto es, ¿no se estará queriendo decir que los soldados van a Munda a por materiales ya preparados y que por eso resulta más cómodo para ellos hacer un viaje de dos o tres días para traerse los maderos de torres, manteletes, galerías, etc., ya usados, en lugar de cortar la madera de nuevo y construirlo todo partiendo de cero? ¿No habrá alguna otra razón que el autor pasa por alto y que bien pudiera ser la necesidad de seguridad frente a los ataques de los enemigos? Cf., en efecto, para esta hipotética causa lo dicho en 27, 1: equites in oliueto dum lignantur interfecti sunt
aliquot.

Ahora bien, sucede que el teatro de operaciones descrito por el autor se nos muestra estrecho y claustrofóbico, siendo ésta una de las razones fundamentales, a nuestro juicio, para no poner a Munda lejos de ese teatro en esencia único, en el que ambos ejércitos se mueven de forma lenta y como en una pesadilla, persiguiéndose el uno al otro con cautelosos movimientos, sin dejar de vigilarse y sin alejarse demasiado entre sí, por consiguiente. La acción se desenvuelve esencialmente en un radio de 30 kilómetros a la redonda: Corduba, Ullia, Ategua, Ucubis, Castra
Postumia, Soricaria. Entonces, ¿cómo va a ser posible que de repente el autor sin previo aviso y sin dar muestras de cambio de actitud alguno nos lleve cincuenta kilómetros más abajo? Téngase presente que cuando se anuncia la llegada a Munda los ejércitos han partido de Úcubis, que está a 30 kilómetros de Córdoba (adonde, por cierto, marchan los derrotados después de la batalla y no precisamente a Osuna), de manera que las ciudades se van sucediendo de forma natural: Úcubis, Véntipo, Cárruca, Munda. ¿Por qué habría de salirse el autor del círculo infernal de este
teatro de operaciones sin ofrecernos indicación ni dato de ninguna clase? (cf. también a este propósito Pascucci, 302).

En consecuencia, infiero que Munda debe hallarse más cerca de este angustioso teatro de operaciones. Muy probablemente, el frente se traslada hacia el oeste, hacia el norte del río Genil (Singilis), de tal manera que un poco más arriba de su curso ha debido darse la batalla. Por ahí, entre Ullia y el río Genil, debe andar Munda.

Es más que probable que el hecho mismo de que la tesis de Munda = Montilla haya sido defendida obstinadamente por autores extranjeros de reconocido prestigio (si bien la de una Munda vecina a Osuna encuentre apoyo también en el extranjero Homes), como son von Stoffel, Schulten, Pascucci y otros, haya movido a la investigación nacional a tratar de impugnar dicha tesis frente a los intrusos. Y lo ha hecho bien, a mi juicio, aunque sin lograr convencer (tampoco nosotros suscribimos —sea dicho entre paréntesis, por si no ha quedado suficientemente claro— una Munda = Montilla).

De modo que Munda se nos sigue escapando de las manos: hacia el final de la narración, su desconocido y poco refinado autor redacta dos capítulos enloquecedores en los que, ahora sí, se sale del círculo infernal, y nos lleva sucesivamente a Osuna, Sevilla, Jerez, Cádiz, cercanías de Málaga. El círculo se ha roto y otro círculo (otro contexto) viene a sustituirlo, en el cual las distancias se han agrandado: ¿qué tiene que ver Munda con Osuna? Lo mismo, evidentemente, que con Sevilla o Jerez.

En cuanto al interés de Pompeyo el Joven por dirigirse al mar es algo que sabíamos desde capítulos antes. Ahora bien, ello no prueba que Munda tenga que estar más abajo que Montilla o que el río Genil.

Faventia 25/1, 2003 179-183
Munda
Bartolomé Segura Ramos
Universidad de Sevilla. Departamento de Filología Griega y Latin.
Fuente:Labatallademundacaravaggio.

domingo, 25 de marzo de 2012

CARACTERISTICAS DE LA CULTURA CALCOLITICA EN EL ANTIGUO ALJARAFE NORTE Y SU VINCULO CON TARTESSOS

La aparición de la sociedad neolítica, es muy importante por el hecho de que el hombre pasa de ser un depredador de la naturaleza a convertirse en su colaborador. La creciente necesidad de una intensa recolección de recursos alimentarios propició el proceso de reproducción de las plantas y comprender que podría intervenir en sus ciclos y estimularlos, fue el nacimiento de la agricultura.



Los grupos humanos se hicieron sedentarios para atender a las nuevas ocupaciones de la agricultura y la ganadería, se establecieron en comunidades cada vez más numerosas y surgieron poblados con los que comienzan los esquemas que les llevarían a la creación de una sociedad urbana. Las asociaciones se complican, aparecieron oficios diferenciados y se sentaron las bases de la estructuración social en función de la capacidad y de la importancia del oficio que se ejercía. Surgieron líderes capaces de regular y coordinar a los demás en el trabajo o en la defensa de los bienes acumulados frente a peligros exteriores. Progresaron rápidamente las técnicas y el utillaje para atender a las nuevas ocupaciones y necesidades. Por otra parte el hombre dispuso de tiempo de ocio que le permitirá profundizar en sus ideas y desarrollar su espiritualidad.
Por lo que podemos ver, el hombre neolítico no tuvo grandes diferencias con el hombre de Montelirio, tan sólo la práctica de la metalurgia (cobre) lo que impulsó y diferenció el desarrolló de esta cultura, por lo demás es todo lo mismo, el hombre de Montelirio tenía como principal actividad económica la agricultura (trigo, cebada, encinas, olivo…) en torno a la cual giraba la vida del poblado. También la ganadería (porcino, caprino, equino, bovino, etc.) y la caza (ciervos, gamos, jabalíes, etc.) desempeñan un papel importante. La mayoría de las viviendas se encontraban próximas y tenían de tres a siete metros de diámetro, excavando 50 cm en el suelo y cubierta probablemente por vegetal. Huellas de hogares, cerámicas domésticas y molinos de mano son los restos más conocidos de esta vivienda e incluso había "barrios" productivos especializados como el metalúrgico que se encontraba en el Noroeste del poblado para evitar que los gases sulfurosos producidos durante la depuración del mineral de cobre fueran respirados por los habitantes del poblado, ya que los vientos dominantes de la zona del Aljarafe rolan del Sureste al Noroeste.

Respecto a la religión, los hombres de Montelirio tenían una serie de ídolos antropomórficos de pelo largo ondulado y figuras totémicas que representan claramente a elementos de gran valor como cerdos, toros y bellotas, también tenían los llamados ídolos-cilindros (betilos “Morada de dios”) que suponen una intención de obtener de algún modo el aspecto de corporeidad de la figura humana que se refleja, a la vez, en los ídolos formados por huesos. Abundan los ídolos de piedra, hueso, y marfil, muchos de los cuales presentan la figura y caracteres femeninos. Otros ídolos tienen los llamados “ojos-soles” (Ídolo placa) y motivos geométricos como los de la cerámica simbólica. Como podemos ver la cultura de los hombres de Montelirio era grande en todos sus campos, incluso en el emplazamiento, puesto que la altura de la meseta del actual Aljarafe dominaba el Lago Ligur y permitía un refugio natural contra las incursiones de otras tribus que la mayoría de las veces venían por el antiguo Rio Guadalquivir. Este emplazamiento no fue elegido al azar, si no por su valor estratégico. Es defendido naturalmente por dos de sus lados, a las orillas de un río navegable, cerca de minas de cobre, plata y oro de la Sierra de Morena y con un medio físico más rico que el actual, con campos fértiles para el cultivo y abundante caza. En cuanto a la necrópolis, estaba fuera del poblado y consta de más de cien tumbas colectivas en las que se enterraba a los miembros de un mismo clan con sus ajuares personales (armas, herramientas, adornos, cerámica simbólica, ídolos…). Hay diversas tumbas que quedaron englobadas en los poblados al construirse las diversas zanjas defensivas y de drenaje. El resto de tholoi (dólmenes) constan de un atrio destinado a la celebración de rituales funerarios y sociales, un corredor que suele ser de tres etapas simbólicas y una o varias cámaras sepulcrales individuales o colectivas de forma circular y cubiertas con ortostatos de piedra arenisca, o por una falsa cúpula de arcilla. Hoy día se baraja la posibilidad de que el origen de los hombres de Montelirio fuera una mezcla entre lo autóctono y la llegada de otros pueblos alóctonos procedentes del Mediterráneo oriental por un camino costero o mediante navegación de cabotaje, sin descartar otras posibles vías, como el norte de África.

Las bases cronológicas sobre las que se asientan los periodos y las dataciones de carbono 14 de los restos orgánicos encontrados en el Tholos de Montelirio datan del 2912 al 2850 A.C y las fechas más o menos precisas en términos absolutos de los objetos importados desde el Mediterráneo oriental, como marfil asiático que llegan a la península con asiduidad de este período, muestran en gran medida contradicciones, las cuales no restan valor, como referentes temporales, a las secuencias normalmente admitidas.
Las reiteradas referencias del vinculo de los antiguos pobladores del actual Aljarafe con la cultura de Tartessos en las fuentes escritas han contribuido a mantener una de las principales hipótesis en que la raíz del comienzo de esta cultura proviene de la estructura de una sociedad jerarquizada basada en clanes que en un momento determinado quedaron sometidos por un “súper-clan” que se enriqueció y prosperó gracias al comercio con fenicios, foceos y ligures, además tuvo la capacidad de militarizar a una parte importante de su pueblo sometiendo a los clanes existentes, comenzando así una aristocracia basada en la tradición humanista grecolatina, por lo que respecta al sur de la península Ibérica. Luego se desarrolló la idea de que las referencias a Tartessos reflejaban la existencia de una sociedad aristocrática, enriquecida con el comercio de la plata, gobernada por una dinastía real y que había creado sus propias tradiciones mitológicas.

Esta concepción, con más o menos matices, se ha mantenido hasta la actualidad, incorporando desde los años setenta las interpretaciones que han reconocido el mito de las evidencias arqueológicas de las sociedades del Bronce final y el Hierro antiguo de Andalucía occidental. Los niveles sociales se ponen de manifiesto en las diferencias de los ajuares y muestran una gran distancia entre los enterramientos correspondientes a los grupos dominantes y las demás sepulturas. Los ajuares incluyen ornamentos elaborados en marfil y ámbar que eran importados desde el exterior aumentando el nivel de prestigio del enterramiento y poniendo de manifiesto esas diferencias sociales que distinguen a la aristocracia del pueblo común. Más excepcionales son los ajuares de algunas tumbas del Guadalquivir y Huelva, que incluyen muebles y objetos de tocador de marfil, grabados con temas orientalizantes, escarabeos, huevos de avestruz decorados, jarros y recipientes de bronce y joyas de oro o de plata. Algunos enterramientos muestran un carácter singular como los de la necrópolis de La Joya (Huelva), donde en dos tumbas de inhumación los ajuares incluyen sendos carros, con refuerzos metálicos, aparentemente similares a los representados en las estelas grabadas, junto a otros objetos de bronce, marfil y cerámica. La orfebrería también permite reconocer la existencia de una acumulación de riqueza.

El tesoro hallado en El Carambolo (Sevilla), formado por 21 piezas de oro (collar, pectorales, brazaletes, y elementos de una diadema y un cinturón) se interpreta como el atavío ceremonial que portaban el sacerdote y los dos bueyes que le acompañaban en las liturgias en honor a la diosa Astarté como ornamentos rituales.
Esta cascada de acontecimientos históricos nos hace pensar que los pobladores del Calcolítico del antiguo Aljarafe Norte fueron los precursores de posteriores culturas míticas de gran esplendor y su fama y reconocimiento se extendió por todo el antiguo mundo conocido y en especial a todas las culturas del litoral Mediterráneo.
Actualmente existe un proyecto de musealización en Castilleja de Guzmán para exponer las piezas arqueológicas halladas en las excavaciones del Dolmen de Montelirio y la zona anexa de su necrópolis.
Fuentes:
- Atlas de Geografía e Historia.
- Enciclopedia de Historia de España.
-Adolf Schulten
-Alvaro Fernandez

sábado, 24 de marzo de 2012

Huelva: Amanece la Primavera en el dolmen de Soto







La construcción megalítica del III milenio a.C. es el escenario escogido para recibir el equinoccio de la estación primaveral. 
21/03/2012. Huelva Información

El primer nacimiento del sol de la primavera de 2012 llenó de una luz especial el magno dolmen de Soto, uno de los monumentos megalíticos más importantes de la Península Ibérica. Su orientación precisamente está relacionada con este hito natural, pues su acceso está alineado con los ortos solares de los equinoccios de primavera y otoño, entrando los primeros rayos de sol del amanecer en el interior del dolmen, iluminando la galería y penetrando el haz de luz hasta la cabecera, donde en origen existía un altar de piedra rectangular. Este lugar fue escogido por la delegación provincial de la consejería de Cultura en Huelva para celebrar este fenómeno astronómico. 

El dolmen de Soto es una construcción megalítica que data del III milenio a.C. Cuenta con una galería compartimentada por jambas y pilares, de 21,50 metros de longitud, que se incrementa en altura y anchura desde la entrada hasta la losa de cabecera. Se ha construido con grandes ortostatos y losas de cubierta de distintas materias primas, presentando sus superficies numerosos grabados y pinturas, lo que le confiere ser uno de los monumentos megalíticos más importantes de Europa. Esta gran estructura se inserta en el interior de un túmulo de 75 metros de diámetro, delimitado por un anillo peristalítico. Su área de acceso se caracterizada por tener un atrio de forma abocinada desde donde se vislumbra y controla el ciclo solar natural anual de los equinoccios (primavera y otoño) y solsticios (invierno y verano) así como la observación de los cuerpos celestes (estrellas y constelaciones), al situarse en un área de horizonte despejado. 

Este monumento megalítico cumplió varias funciones: funeraria, enterrándose determinados individuos en su interior; ritual, siendo un espacio sagrado de cultos a los antepasados; y ceremonial, al desarrollarse en torno a él variadas prácticas litúrgicas y religiosas. 

Una de las particularidades constructivas más relevantes es su orientación, habiéndose dispuesto y trazado su galería hacia el Este, coincidiendo su acceso con los ortos solares con los equinoccios de primavera y otoño. Esta intencionalidad constructiva indica dos aspectos cruciales respecto a la observación astronómica y su uso ritual, por un lado, la necesidad de control de los ciclos de la naturaleza, de las estaciones, ya que estas comunidades campesinas contaban con la agricultura y ganadería como base de subsistencia, debiendo definirse los periodos de preparación de los terrenos, siembra y cosecha para la agricultura y pastos para el consumo de los ganados domesticados. Y por otro lado, la idea del renacimiento, regeneración y purificación espiritual coincidiendo con los ciclos de los ortos solares, enraizada con el sistema de creencias de estas sociedades. 

Esta jornada de celebración de la llegada de la primavera tiene como fin vivir la experiencia de la observación del equinoccio desde el interior del dolmen de Soto, valorar este fenómeno astronómico de gran trascendencia para las comunidades de la Prehistoria reciente y conmemorar el significado sagrado de este monumento megalítico, buscando un nexo de unión entre las ceremonias y rituales del pasado con el presente. En definitiva, con esta actividad de difusión el objetivo central es fomentar una mayor valorización social de este colosal monumento, contribuyendo en su mejor conocimiento, concienciación ciudadana y compromiso colectivo en la tarea común de conservación y puesta en valor de este Bien de Interés Cultural.