miércoles, 7 de enero de 2015

TARTESOS: Fuentes históricas.



Tartesos, o mejor, la cultura tartésica, es un tema que viene apasionando a la investigación mundial, desde que el hispanista A. Schulten, catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Erlangen (Alemania), publicó su célebre libro Tartessos, traducido después al castellano, y del que ya se han vendido cuatro ediciones; siendo la última la aparecida en el año 1984.
Los arqueólogos modernos vinculan con la llamada cultura tartésica una serie numerosa de objetos y monumentos hallados principalmente, pero no exclusivamente, en el sur de la Península Ibérica, en una amplia zona que abarca desde el río Tajo hasta el Mediterráneo. Elementos de esta cultura, como cerámicas, aparecen también en toda la costa levantina, relacionados con el sur de la Península Ibérica.
El estudio del problema de Tartesos está vinculado, ante todo, con las posibles menciones de esta región en fuentes orientales, como la Biblia, y en autores griegos y latinos, algunos de los primeros contemporáneos de Tartesos y con los más antiguos viajes de fenicios y griegos a Occidente. Ya hace años, estas fuentes fueron catalogadas y examinadas por A. Schulten1 y por A. García y Bellido2. Recientemente, algunos investigadores, [-221-] como Bunnens3 y Bergen, las han vuelto a analizar, llegando a conclusiones novedosas.

Fuentes orientales

Varios investigadores han creído reconocer a Tartesos en las citas bíblicas, que mencionan Tarsis. Estas fuentes por orden cronológico son las siguientes.
Varios libros de la Biblia, escritos en épocas diversas, hablan de las «naves de Tarsis» que traían a Fenicia diversos productos, principalmente minerales; así en 1 Reyes 10, 21, libro escrito probablemente hacia el año 600 a. C., se lee: «No había nada de plata, no se hacía caso de ésta en tiempos de Salomón, porque el rey tenía en el mar naves de Tarsis, y cada tres años, llegaban las naves de Tarsis trayendo oro, plata, marfil, monos y pavos reales.» El autor se refiere a viajes realizados a comienzos del primer milenio a. C. por los fenicios.
Difícilmente estos textos pueden referirse al sur de la Península Ibérica, que es donde se sitúa Tartesos por los autores griegos y latinos, por la mención de «marfil, monos y pavos reales». Se ha supuesto que los productos que se traían, según esta fuente bíblica, podían venir de Tartesos, puesto que, a decir de varios investigadores, el marfil se recogería en el norte de África, con el que la Península mantenía relaciones, ya que los semitas comerciaban a ambas orillas del Mediterráneo (Estrabón, 1, 3, 2; Plinio NH, 19, 63; Diodoro 5, 20), y los monos se atraparían en Gibraltar, donde todavía existen en la actualidad. Más dificultad hay en llevar de España pavos reales, animales que no se crían en estas tierras.
Cary y Warmington, hace ya muchos años, señalaron que la palabra que en el texto hebreo se utilizó para «pavo real» es con seguridad de origen indio, lo que parece señalar que estas aves proceden de la Península del Indostán.
Últimamente, un buen especialista en marfiles semitas como Barnett, siguiendo a otros varios autores, vuelve a insistir, para localizar el lugar al que se dirigían las «naves de Tarsis», en que [-222-] una serie de palabras del citado texto 1 Reyes 10, 21, se derivan de voces indias. Así, la palabra hebrea usada para marfil, sên hab-bim, es probablemente una transcripción de la palabra sánscrita ibha-dantâ, diente de elefante. La palabra hebrea qôf, mono, es la sánscrita kapi.
Los análisis de marfiles fenicios efectuados últimamente han dado como resultado que en la casi totalidad de los casos se trate de marfiles de elefantes indios y, en casos esporádicos, de marfil procedente de Senegal; ya en 1938 Dollman señaló que algunos marfiles de Nimrud eran de elefante indio. La misma procedencia tienen varios marfiles encontrados en Bahreim, en el Golfo Pérsico, fechados en los siglos VI y V a. C. En el obelisco de Salmanasar III, datado en el año 31 de su reinado, 829 a. C., se representa a un sirio conduciendo, como tributo, un elefante indio y unos monos, lo que indica un comercio activo de los fenicios con la India. Este último argumento es de gran fuerza para rechazar que la Tarsis de la que se trae marfil a Salomón sea Tartesos. Barnett, del British Museum de Londres, y Hus admiten que los fenicios se aprovisionaban de marfil en la India; el primer autor menciona las expediciones que los reyes de Tiro y Judea organizaban a la India con este fin. Barnett ha publicado varias veces una pintura egipcia de la tumba de Rekhmara, importante personaje del tiempo de Thutmés II (siglo XV a. C.), en la que aparece un sirio conduciendo un joven elefante indio y llevando al hombro los dientes de un animal adulto. Dientes de elefantes completos se han recogido en el palacio de Alalakh en Atchana, al norte de Siria, en un estrato datado hacia 1500 a. C. En las fuentes egipcias abunda la documentación sobre cacerías de elefantes organizadas por los egipcios en Siria, animales que extinguieron aquí los monarcas asirios en el siglo VIII a. C. Sin embargo, en el Génesis 10, 4: «Hijos de Yawan, Elisah y Tarsis, Quitin (Chipriotas) y Rodanim (Rodios)», Julio Africano coloca Tarsis próximo a Rodas y Chipre. El excelente análisis de Mazzarino tal vez obligue a admitir con cierta posibilidad que Tarsis es Tartesos, aunque se pudiera también aceptar perfectamente que alude el escritor sagrado a la antigua colonia fenicia mencionada en otros pasajes bíblicos, que se cita en el Génesis, al igual que sus hermanas Cartago y Chipre.
La confirmación de que la Tarsis bíblica con la que comerciaban [-223-] los mercaderes fenicios y griegos podría localizarse en la India es un párrafo de la carta XXXVII 1-2 escrita por Jerónimo a Marcela, en la que afirma: «Acaso pregunte si Tharsis es el crisotilo o el jacinto, como lo quieren diversos intérpretes, a cuya semejanza se describe el rostro de Dios, porque Jonás quiere irse a Tharsis y que Salomón y Josafat tenían naves que solían hacer el comercio de exportación e importación desde Tharsis. La respuesta es sencilla. Tharsis es vocablo homónimo con el que se llama región de la India, y también el mar, por ser éste azul y herido por los rayos del sol reproduciendo el color de las piedras sobredichas. Recibió, pues, el nombre por el color; si bien Josefo, cambiada la letra "tau", piensa que los griegos llamaron Tarso a Tharsis», teoría esta última seguida por algunos autores modernos y antiguos, como Reticio, obispo de Autum, citado por Jerónimo al comienzo de su carta.
Así pues, los textos del Antiguo Testamento, que aluden a sucesos más antiguos, antes mencionados, se explican más fácilmente si se admite que la Tarsis bíblica se sitúa en la India, como quiere Barnett, quien piensa que es la ciudad india de Suppara, en las proximidades de Bombay, y Emerson Tement en Ceilán. Suida, lexicógrafo bizantino, que vivió quizá en el siglo X, tajantemente afirma que la Tarsis de donde vino el oro a Salomón se encontraba en el Índico: «Tarsis, país de la India, de donde llegó a Salomón el oro»4.
El conocimiento, cada día más perfecto, del sur del Mar Rojo y de las zonas limítrofes obligan a dar mayor importancia que la concedida hasta ahora a las visitas que a estas aguas efectuaron los fenicios desde muy antiguo, como se deduce de un poema de Ras Shamra del siglo XIV a. C. Años más adelante (693 a. C.), naves fenicias a las órdenes de Senequerib saquearon las costas del Golfo Pérsico, que debían de ser bien conocidas por ellos desde fechas muy antiguas.
El libro de los Reyes señala probablemente la duración, tres años, de un viaje a Tarsis; esta duración no se puede aplicar a un viaje a Tartesos, ya que se invertiría el mismo tiempo empleado por los fenicios en circunnavegar África (Heródoto 4, 42) en la [-224-] época de Necao (590 a. C.). La duración del viaje, tres años, es casi la misma, dos años y medio, empleada por el cario Escilax (510 a. C.), en tiempos de Darío, en su viaje desde el Hindus hasta la ciudad de Arsinoe, cerca del actual Suez (Jerónimo 4.44). La fuente utilizada en la Ora Marítima, poema de Avieno, autor que vivió a finales del siglo IV y que recoge muchos datos sobre la España antigua, en los versos 562-565, y que es seguramente semita y no griega, siguiendo en esto a Villard, da la duración de un viaje marítimo en siete días, bordeando la costa mediterránea desde las Columnas de Hércules hasta la ciudad de Pirene, en la costa pirenaica, y distante unos 6.000 estadios, según Eratóstenes, Posidonio y Estrabón (2, 4, 4; 5, 2, 7; 3, 1, 3) y 8.000 estadios según Polibio (3, 39-5; Estrabón 2, 4, 4). Si en costear todo el litoral mediterráneo hispánico al final de la primera mitad del primer milenio a. C. se tardaba siete días, no se podría invertir en ir y volver tres años desde Siria al sur de la Península, aunque fuera un par de siglos antes. El texto sagrado no es suficientemente claro y podía también entenderse que cada tres años venían «naves de Tharsis», sin aludir a la duración del viaje. Parece, no obstante, más aceptable pensar que el viaje durara tres años, según veremos luego, por las fechas del año en que se podía viajar.
En el mismo libro 1 Reyes 22, 49, se escribe: «Josafat (875-851) construyó naves de Tarsis para ir a Ofir en busca de oro; pero no fueron, porque las naves se destrozaron en Asiongaber.»
En 2 Crónicas 20, 35-36, fechado en época helenística, hacia el 400 a. C., se relata el mismo suceso: «Josafat de Judá se alió con Ococías de Israel, aunque éste era un malvado. Lo hizo para construir una flota con destino a Tarsis; construyeron las naves en Asiongaber», localidad situada al sur de Israel, por lo que difícilmente estas naves navegaban hacia el occidente del Mediterráneo.
En el Salmo 72, 10, datado hacia 650 a. C., se habla nuevamente de Tarsis: «Los reyes de Tarsis y de las islas le ofrecerán sus dones y los reyes de Sabá y Arabia le pagarán tributos.» En este texto sagrado parece asociarse a Tarsis con localidades al sur de Israel, como Sabá y Arabia. También aparece en el Salmo 48, 8: «... como el viento del desierto que destroza las naves de Tarsis», en el cual, al parecer, se vincula a las naves de Tarsis [-225-] con regiones donde sopla el viento del desierto, como podrían ser Sabá y Arabia, citadas en la anterior fuente sagrada.
En el profeta Isaías, hacia 730 a. C., se citan varias veces las «naves de Tarsis» (2, 12-16): «Sólo el Señor será ensalzado aquel día, que es el día del Señor de los ejércitos; contra todo lo orgulloso y lo arrogante, contra todo lo empinado y lo engreído, contra todos los cedros del Líbano, contra todas las encinas de Basan, contra todos los montes elevados, contra todas las colinas encumbradas, contra todas las murallas inexpugnables, contra todas las naves de Tarsis.» En los capítulos 60, 9 y 69, 19, pertenecientes a Isaías III (hacia el año 475) se citan nuevamente: «... son navíos que acuden a mí, en primera línea las naves de Tarsis para traer a tus hijos de lejos, y con ellos su oro y su plata.» En 66, 19: «... les daré una señal y de entre ellos despacharé supervivientes a las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, a Masac y a Grecia. » Es interesante señalar que el profeta une las dos regiones de Tarsis y Etiopía, y pasa a recordar Libia para terminar en Grecia, haciendo una enumeración de la parte más oriental a la más occidental. También Isaías 23, 1: «Gemid, naves de Tarsis, porque está destruido vuestro puerto.» Y en el capítulo 23, 6: «Volved a Tarsis, ululad, habitantes de la costa.» Otro tanto ocurre en Isaías 23, 10: «Vuelve a tu tierra, gente de Tarsis, el puerto no existe ya.» Y en el 23, 14: «Ululad, naves de Tarsis, porque está destruido vuestro puerto.»
El profeta Jeremías, que nació hacia 650, escribe en la lamentación 10, 9: «De Tarsis importan plata laminada, oro de Ofir», localidad que hay que situar en el Mar Rojo.
El profeta Ezequiel, en el primer tercio del siglo VI a. C., afirma en el oráculo 27, 12-13: «Tarsis comerciaba contigo, por tu opulento comercio: plata, hierro, estaño y plomo te daba a cambio», todos los minerales que Tartesos producía en abundancia. En 27, 25: «... naves de Tarsis transportaban tus mercancías». En 38, 13: «Sabá y Dedán, los mercaderes de Tarsis y todos sus traficantes...».
El profeta Jonás (siglo IV a. C.) menciona varias veces la palabra. En el capítulo 1, 3, se lee: «Se levantó Jonás para huir a Tarsis, lejos del Señor; bajó a Jafa y encontró un barco que zarpaba para Tarsis, pagó el precio y embarcó para navegar con ellos a Tarsis»; y en el capítulo 4, 2: «Por algo me adelanté a huir a Tarsis». En este texto, Tarsis se halla necesariamente en [-226-] el Mar Mediterráneo, puesto que el profeta embarcó en Jafa.
Muchos investigadores, empezando por A. Schulten, admiten que es bastante probable que la Tarsis bíblica fuera Tartesos y, por lo tanto, «las naves de Tarsis» venían a Iberia, teoría que propuso por vez primera el jesuita P. Pineda a finales del reinado de Felipe II.
Los comentarios modernos a los libros bíblicos identifican generalmente a la Tarsis bíblica con Tartesos; así la Sagrada Biblia de F. Cantero y M. Iglesias, Madrid, 1975, pág. 319; la de E. Nácar y A. Colunga, Madrid, 1949, pág. 436. Para los primeros autores, la flota de Tarsis es un término fenicio para las naves de gran tonelaje, opinión que siguen, igualmente, E. Nácar y M. Iglesias, que las interpretan como naves de alta borda, los trasatlánticos de la época, hipótesis seguida por la Biblia de Jerusalén, Bilbao, 1967, pág. 354, y por M. Bendala5. Nosotros no somos partidarios de identificar Tarsis con Tartesos, porque, a parte de las dificultades fonéticas (de Tarsis no se puede derivar Tartesos), la cosmografía judía se centraba en el Mar Rojo, sur de Arabia, Anatolia, Chipre y la cuenca del Éufrates. El Occidente se escapa totalmente a su interés. Es posible que hubiera varios Tarsis, y que se identificara alguno de ellos en época más posterior con Tartesos. Los minerales que buscaban se hallan también en Cerdeña, Anatolia y concretamente en la región del sureste, Cilicia, con la que los judíos en época de Salomón mantenían relaciones y de la que importaban caballos (1 Reyes 10, 28), e igualmente Chipre. Precisamente el historiador judío Josefo (Ant. 1, 6, 9-10) es de la opinión que Tarsis es Tarso, como el citado obispo Reticio.

Todos los textos bíblicos enumerados dan claramente la impresión de que se alude a un país concreto, al que llaman Tarsis. Proponen algunos autores (García y Bellido, Bosch Gimpera, Contenau) que bajo la denominación «naves de Tarsis» hay que entender una expresión genérica, equivalente a la moderna de trasatlánticos, que navegan por todos los mares y no necesariamente por el Atlántico, teoría quizá no muy probable, como se verá. No es tampoco muy aceptable la idea de Contenau que Tarsis tiene un significado vago, refiriéndose a «tierras extrañas», [-227-] a donde llegaba el comercio fenicio. Otros, en cambio, (Albright, Cintas e Hitti) opinan que significaba «mina», o «fundición», aplicándose posiblemente a distintos países ricos en metales, hipótesis quizá muy posible. Para los autores de los libros sagrados, Tarsis es un país concreto, como Ofir, Sabá o Dedán, según sostiene recientemente Barnett.
La Biblia (1 Reyes 22, 49; Salmo 72, 10; Isaías 66, 19; Jeremías 10, 9; Ezequiel 38, 13) asocia Tarsis con regiones localizadas, como observa Lorimer, en la ruta del Mar Rojo, lo que parece indicar que Tarsis se encontraba en la misma dirección. En este aspecto, son muy significativos los textos de 1 Reyes 22, 49 y 2 Crónicas 20, 35-36, que narran el mismo hecho; el primer autor dice que las «naves de Tarsis» construidas irían a Ofir; el segundo habla sólo de «naves de Tarsis», lo que parece señalar que ambos países se encuentran muy próximos o son el mismo. Como muy acertadamente anota Lorimer, estas naves construidas, según ambos textos bíblicos, en Asiongaber, paraje situado en el Golfo Elanítico, no podían navegar por otro mar que por el Índico, pues en la fecha a que se refiere el sagrado texto no se encontraba abierto el canal desde el Nilo al Mar Rojo, construido en tiempo de Necao, segundo faraón de la dinastía saíta, que gobernó entre los años 609 y 594 a. C., según indicación del historiador Heródoto de Halicarnaso (2, 158), que escribió su historia en el siglo V a. C.
Estos dos textos sirven para esclarecer las referencias sobre los viajes a Tarsis en época de Salomón. El rey judío construye naves en Asiongaber, que en compañía de navíos y marineros de Jirán iban a Ofir (1 Reyes 9, 27; 2 Crónicas 8, 17-18; 9, 10). Otros textos (1 Reyes 10, 23; 2 Crónicas 9, 21) dicen tan sólo que iban las naves a Tarsis con las de Jirán. Se observa, pues, la misma vinculación de Tarsis y Ofir y se señala que estas naves se construían en el mismo puerto del Índico que en tiempos de Josafat. Las naves de Jirán aparecen en otros parajes bíblicos (1 Reyes 10, 11) navegando a Ofir. Todos los textos referentes a intereses comerciales de los judíos del tiempo de Salomón a través del mar, salvo cuando traen maderas del Líbano, aluden a navegaciones por el Mar Rojo o por el Índico.
El investigador alemán M. Koch6 después de un detenido [-228-] examen de las fuentes del Antiguo Testamento, deduce que son ciertos los viajes a Tarsis. En la época de Jirán I de Tiro, y en el segundo milenio, son normales y frecuentes estos viajes de los fenicios a Occidente. Es seguro, según este autor, que los israelitas intervinieron en ellos en el marco de un tratado económico muy amplio. No sabemos nada sobre esta amplitud, modalidad y frecuencia del comercio en el Mediterráneo en época de Salomón. No tiene paralelos en la Antigüedad el contrato económico entre Salomón y Jirán I, contrato que responde a los modelos de contratos cananeos, contratos que, en lo referente a los viajes a Tarsis, están limitados sólo a los años del gobierno de esos reyes. No se sabe nada, ni son probables, repeticiones posteriores.
La época del profeta Isaías es un término ante quem para la ampliación de las relaciones Tarsis-fenicios. Antes no había un imperio colonial fenicio, como se afirma frecuentemente.
A partir del siglo VIII a. C. en Tarsis existían asentamientos fenicios no fijos para el comercio. Había grandes necrópolis en contacto con las factorías, que demuestran una continuidad de asentamientos antiguos. En los profetas Isaías y Ezequiel se afirma que Tarsis ya es importante en la red internacional del comercio con Tiro. En el libro de los Reyes y en Ezequiel aparece Tarsis como exportador de metales. En Isaías, Tarsis es también un país agrícola. Las fuentes sobre Tarsis son en su mayoría de segunda mano. Todas las indicaciones del Antiguo Testamento sobre Tarsis son de gran importancia, pues apenas poseemos datos relacionados con los fenicios. Las noticias sobre Tarsis en Isaías, Ezequiel y Asarhaddón se refieren al período más importante de Tarsis con relación al Próximo Oriente. Después de la primera mitad del primer milenio, el nombre e importancia histórica de Tarsis se perdió entre los judíos.
En el libro de los Jubileos, siglo II-I a. C., se menciona la ciudad de Gades. Josefo, que no sabe qué hacer con Tarsis y no conoce Tartesos, habla sobre la Península Ibérica como un nombre del mundo helenístico. Los judíos de esa época habían perdido ya la información geográfica que tuvieron en tiempos anteriores. La mención de los «barcos de Tarsis» tiene tres fases en [-229-] su significación: 1) el tipo de barco que utilizaron los fenicios en el que llegaron hasta Occidente a través del Mediterráneo y que posibilitó a sus usuarios la apertura de una ruta mediterránea. Esta ruta se llamó después con el nombre del punto de destino; 2) término técnico. No se puede excluir que el tipo de barco con el tiempo cambiara. Decisivo es que el viaje a Tarsis significa el punto culminante para la navegación fenicia; y 3) su descripción es más imprecisa, pues el Antiguo Testamento después del destierro no está informado sobre el comercio fenicio y su desarrollo. La escuela de Ezequiel marca el momento del cambio. En Isaías 60, no se sabe si el antiguo término técnico Tarsis es ya sólo, posiblemente, un tópico.
Los barcos de Tarsis desaparecen del Antiguo Testamento al mismo tiempo que el país de Tarsis. Se ignora cuándo dejaron de viajar esos barcos por el Mediterráneo. Koch es de la opinión de que la ruta del oeste era menos frecuentada y ello se relaciona con una autonomía de los asentamientos fenicios en el oeste. El nombre desapareció ante otras denominaciones más actuales. La concurrencia griega, que significaba rivalidad, desempeñaba un papel importante. En el libro de Jonás se habla no del barco de Tarsis, sino del barco que va a Tarsis. Ello podía significar que los barcos de Tarsis no se conocían en los siglos V-IV a. C. con este nombre7.

J. Alvar es partidario de localizar la Tarsis bíblica en el Mediterráneo, apoyándose en los textos del Antiguo Testamento, principalmente en los textos de Isaías 2, 12-16 y 23, 1-4, fechados a finales del siglo VIII. De estas fuentes, deduce este autor que el marco de navegación de las naves de Tarsis era el Mediterráneo. Esclarecedor sería el Salmo 72, fechado hacia el año 650. A finales del siglo VII pertenecería el texto ya citado de Génesis 10, que probaría una localización al oeste del Mediterráneo. J. Alvar concede especial importancia a los datos sobre Tarsis del libro de los Reyes, de comienzos del siglo VI a. C. Piensa este autor que las citadas flotas de Asiongaber, de Jirán y de Salomón, son la misma cosa. Las naves de Tarsis recorrerían el Mar Rojo según estos textos. Otros textos son de redacción posterior: Jeremías 10, 7-9; Ezequiel 27, 1-25; 38, 13, etc. Los textos de las [-230-] Crónicas o Paralipómenos son de época helenística: 1 Cr. 8, 17-18; 9, 10; 20, 35-37.
Del análisis, bien logrado, deduce J. Alvar que los textos más antiguos se refieren a los reinados de Salomón y Jirán, al siglo X a. C. y el Salmo 72, 10.
A información del siglo IX, corresponde 1 Reyes 22, 49; 2 Cr. 20, 35-37. De estos textos, no determinaría la localización de Tarsis.
En el siglo VIII, las naves de Tarsis realizan itinerarios en el Mediterráneo: Chipre-Tiro (Isaías 23,1), Tiro-Egipto (Isaías 23, 5), Tiro-Tarsis (Isaías 23, 6) y Jafa-Tarsis (Jonás 1, 1; 4, 2):
En el siglo VII se menciona la plata laminada de Tarsis e Israel (Jeremías 10, 9).
Al siglo VI a. C. pertenece una serie de itinerarios comerciales que empleaban las naves de Tarsis (Ezequiel 27, 25): Tiro-Chipre (Ezequiel 27, 6-7), Tiro-Egipto (Ezequiel 27, 7), Tiro-Tarsis (Ezequiel 27, 12), Tiro-Grecia (Ezequiel 27, 13 y 19), Tiro-Rodas? (Ezequiel 27, 15 y 20), Tiro-Asia Menor (Ezequiel 27, 13), Tiro-Judá e Israel (Ezequiel 27, 13), Tiro-Arabia (Ezequiel 27, 22).
Para J. Alvar8, Tarsis hay que situarla en el Mediterráneo. Se llamarían «naves de Tarsis» porque primeramente navegaban por este mar a Tarsis, aunque después lo hicieran por otros. Según este autor, Tarsis no es un lugar geográfico determinado, sino un concepto abstracto, que alude a una realidad geográfica ambigua, al extremo Occidente de donde se extraen materias primas con las que comercian los fenicios9. Las naves de Tarsis fueron los barcos empleados por los fenicios para llegar al occidente del Mediterráneo.

El espacio geográfico, político y cultural de Tarsis bajo el nombre antiguo fenicio hasta el final de la Segunda Guerra Púnica, desempeña un papel como zona punicizada de la Península Ibérica y forma parte de la Commonwealth Cartago-Fenicio Occidental. [-231-] También podemos asegurar que en el siglo VIII a. C. comerciantes griegos conocieron el mercado de metales bien frecuentado por los fenicios.
El nombre de Tarsis quizá sobrevivió en círculos púnicos en la Península Ibérica, mientras que el de Tartesos perduró en círculos intelectuales romanos de época helenística, que conocían exactamente su significado.
Hasta aquí se resume la opinión de Koch, que conserva muchos aspectos de la tesis defendida por A. Schulten, sin los puntos más chocantes. Koch es de la opinión de que la abundancia de plata, de la que habla Reyes 10, 21 [«No había nada de plata, no se hacía caso alguno de ésta en tiempos de Salomón»] y 10, 27 [«El rey hizo que en Jerusalén abundara la plata como las piedras»] no podía llegar de ninguna parte, sino de las minas de la Península Ibérica.
Últimamente han aparecido otras tesis sobre el significado de la palabra Tarsis. Así, G. Bunnes, después de un minucioso análisis de las fuentes literarias sobre la colonización fenicia, deduce que la sola hipótesis que se desprende del conjunto de fuentes es la que hace de Tarsis no una región occidental, sino el Occidente en su conjunto, y los barcos de Tarsis son navíos que comerciaban en esta dirección.
P. P. Berger, después de un análisis profundo de las fuentes bíblicas y de otras, concluye que Tarsis era Cartago, donde se fundían los metales de muy distinta procedencia. Existían dos rutas desde Oriente. La ruta norte seguía por Asia Menor a Chipre y Grecia. La del suroeste recorría Chipre, Creta y Cartago. Esta última ciudad era el final del viaje. Los barcos de Tarsis significaban para Cartago los barcos típicos de alta mar. Este autor descarta totalmente que Tarsis fuese idéntico a Tartesos.
La tesis de este sabio germano creemos que no se puede aplicar para las citas más antiguas sobre Tarsis, las de los viajes de Salomón. Sería la situación parecida a la descrita por Timeo (Pseudo-Aristóteles, De mirab. Ausc. 136), cuando afirma que los fenicios exportaban, vía Cartago, los salazones. Tampoco en el período orientalizante ha aparecido en el sur de la Península Ibérica material púnico abundante. Algo se ha señalado en los alrededores de Carmona. La tesis de P. P. Berger es la de los autores árabes. [-232-]

M. Bendala, después de comentar las fuentes bíblicas y las diversas interpretaciones propuestas, concluye que «... son seguramente la mejor prueba de la casi imposibilidad de extraer de los textos bíblicos datos de valor histórico incuestionable».
Según M. E. Aubert, la órbita geográfica del comercio de Tiro en Isaías se limitó al Mediterráneo oriental: Egipto, Kittim y Tarsis. En Ezequiel las potencias lejanas, que comerciaban con Tiro, actuaban como agentes bajo la tutela directa de Tiro y trabajaban para ella en sus países de origen. No se refiere el profeta hebreo a naciones como tales.
En el siglo IX a. C. el comercio de Tiro buscó nuevas materias primas y se encaminó a Israel, Siria y Chipre; con anterioridad, durante los siglos XII-X a. C., la organización del comercio fenicio estuvo supeditada al poder político, como lo indica el relato de Unamón, pero debió existir desde el principio un comercio privado, como el que tenía Urkatel, que poseía 30 naves. En el siglo XI a. C. el comercio fenicio estuvo controlado por poderosos príncipes, que eran una élite mercantil, mencionada por Isaías (23, 8). En el siglo X a. C., el comercio fenicio era estatal, como lo indican las empresas de Jirán y de Salomón. En los siglos IX-VIII a. C. comercian los privados. Las escalas comerciales en los siglos VIII-VII a. C. se convirtieron en colonias. En el siglo IX a. C., los mercaderes tirios operaban a grandes distancias, llegando a Uruk, Ur y Babilonia. A la etapa precolonial pertenecerían las cerámicas de Tiro halladas en Málaga, fechadas por la Dra. Bikay en el siglo X, y en la Cabeza de San Pedro. M. E. Aubet entiende por precolonización un movimiento de expansión naval y comercial con vistas a la búsqueda de materias primas, y un asentamiento permanente. Conllevaría la instalación de pequeños grupos de artesanos, ceramistas y metalúrgicos. Se caracteriza la precolonización por la circulación de objetos de lujo, dones y regalos de prestigio, y un comercio de trueque muy simple. En la etapa precolonial llegaría a Occidente la técnica de los marfiles de Carmona, desaparecida ya en Oriente, en la fecha asignada a estos marfiles.
Piensa M. E. Aubet que el término Tarsis indica, quizá, en principio un puerto de destino, y en tiempos de Josafat, una clase de navío que viaja a Ofir. La meta es Ofir y no Occidente. En el libro de los Reyes estos viajes no significan viajes a Occidente. En Isaías las «naves de Tarsis» son sinónimo de riqueza, lujo [-233-] y soberbia, y en otras referencias bíblicas (Ex. 28, 20 y Ez. 1,16; 10, 9) piedra preciosa. En opinión de esta autora, sólo a partir de los siglos VI-V a. C. sería un nombre de un lugar mediterráneo (Ge. 10, 4). El término Tarsis evolucionó con el tiempo.
J. Alvar ha criticado acertadamente a nuestro juicio esta tesis. Cuando Salomón encargó a Jirán que fabricara naves de Tarsis, éstas existían ya antes, navegaban por donde andaban los fenicios, es decir, por el Mediterráneo. La única vez que se menciona, desde el siglo X a. C., Tarsis como lugar de destino, es en 2 Crónicas, que es una mala copia de Reyes, donde el destino es Ofir. Si se elimina esta cita, ninguna mención del Antiguo Testamento une el Mar Rojo con un lugar llamado Tarsis. A lo único que se alude es a naves de Tarsis navegando por el Mar Rojo.

Fuentes griegas sobre Tartesos
Las fuentes antiguas griegas referentes a Tartesos, muy bien analizadas por Schulten y García y Bellido, no son muy abundantes, pero sí señalan los aspectos básicos del tema10.
Son fundamentales para el historiador los textos contemporáneos de Tartesos, que indican las premisas claras del problema. Así, el poeta Estesícoro, que vivió hacia el año 600 en Himera, la colonia griega más occidental de Sicilia, en un fragmento de su poema Gerioneis, transmitido por Estrabón (3, 12, 11), cita el río Tartesos, del que asegura: «Parece ser que en tiempos anteriores llamaron al Betis Tartesos, y a Cádiz y sus islas vecinas Eriteia. Así se explica que Estesícoros, hablando del pastor Gerión, dijese que había nacido enfrente de la ilustre Eriteia, junto a las fuentes inmensas de Tartesos, de raíces argénteas es un escondrijo de la peña.» El geógrafo griego Estrabón, contemporáneo del emperador Augusto, comenta este paraje en los siguientes términos: «Y como el río tiene dos desembocaduras, dícese también que la ciudad de Tartesos, homónima del río, estuvo edificada antiguamente en la tierra colocada [-234-] entre ambas, siendo llamada esta región Tartesis, habitada ahora por los túrdulos. Eratóstenes acostumbra a llamar Tartesis a la región cercana a Calpe, y a Eriteia "Isla afortunada". Mas Artemidoro, opinando en contra, afirma que ello es falso». Artemidoro, a comienzos del siglo I a. C. visitó el sur de la Península Ibérica (Estrabón 3, 1, 4). Al poeta Estesícoro se debe la localización del mito de Gerión en Cádiz, a quien Hércules robó los rebaños de bueyes. En la Biblioteca de Apolodoro, se lee un extracto del poema Gerioneis, que influyó mucho en las pinturas de los vasos griegos de figuras negras.
Señala este autor dos datos importantes, la existencia de un río con el nombre de Tartesos y la presencia en él de plata. Ambos datos aparecen confirmados por otras fuentes, que completan las noticias; estos textos, aunque transmitidos por autores muy posteriores, deben de haberse tomado de escritores coetáneos de Tartesos, ya que producen en el lector la impresión de ser citas textuales. En Esteban de Bizancio se lee: «Tartesos, ciudad de Iberia nombrada por el río que fluye de la montaña de la plata, río que arrastra también estaño, en Tartesos.»
El comentarista bizantino da los mismos datos que Estesícoro, y añade, por su parte, que existe una ciudad con el nombre del río y que éste arrastra también estaño. Escimo 164 (Eforo), que extracta textos del siglo VI a. C., y que a su vez habla de la ciudad y del río con estaño, completa la noticia indicando que el río nace en la Céltica, y que lleva también oro y cobre: «La famosa Tartesos, ciudad ilustre, que trae el estaño arrastrado por el río desde la Céltica, así como oro y cobre en mayor abundancia.»
Eustatio a Dionisio 337, confirma los datos ya apuntados: la existencia de una ciudad con el nombre de un río que arrastra estaño: «Dicen que el Betis es un río de Iberia que tiene dos desembocaduras y en medio de ellas, como en una isla, está la citada Tartesos, así denominada porque también el Betis se llamó Tartesos entre los antiguos... y se cuenta que el río Tartesos lleva el estaño a los de allí.»
Otros textos ofrecen indicaciones sobre la localización de la ciudad: así, en el escolio de Aristófanes, Ranas, se explica: «Tartesos, ciudad de Iberia, cerca del lago Aorno.»
En un escolio a Licofrón 643 se afirma que «Tartesos está cerca de las Columnas de Hércules» (Estrecho de Gibraltar). [-235-]
La descripción más completa sobre Tartesos se encuentra en los versos de la Ora Marítima de Avieno, en los que se transcriben una serie de datos tomados también de un autor, púnico seguramente, del siglo VI a. C., coetáneo, por tanto, de los hechos que describe y que presenció personalmente. Los datos del poema, que parecen del siglo VI a. C., son los siguientes: Tartesos está en una isla del golfo de su mismo nombre, en el cual desemboca el río Tartesos, que baña sus murallas, después de pasar por el lago Ligustino. El río forma en su desembocadura varias bocas, de las que tres corren al oriente y cuatro al mediodía, las cuales bañan la ciudad. Arrastra en sus aguas partículas de pesado estaño, y lleva rico metal a la ciudad de Tartesos. Cerca se hallan el Monte de los Tartesos, lleno de bosques y el monte Argentario, sito sobre la laguna Ligustina, en cuyas laderas brilla el estaño. La ciudad de Tartesos está unida por un camino de cuatro días con la región del Tajo, o el Sado y, por otro de cinco, con Mainake, donde los ricos Tartesios poseen una isla consagrada por sus habitantes a Noctiluca. El límite oriental del dominio de los tartesios estuvo, en tiempos, en la región de Murcia y el occidental en la de Huelva (Ora Mar. 54, 100, 179, 223, 225, 265, 284, 291, 296, 308, 428, 436).
El poema de Avieno coincide plenamente en su descripción con los datos que aportan los autores contemporáneos de Tartesos; ambos grupos de fuentes se fijan en los mismos puntos: la existencia de una ciudad y de un río limado Tartesos, su localización cerca de un lago, la existencia de estaño y plata en el río. Avieno añade algunas pinceladas accesorias, como delimitar la extensión del dominio de los tartesios.

De toda estas fuentes, se deduce claramente que con Tartesos se vincula íntimamente la riqueza en estaño y plata, en primer lugar y, de manera secundaria, con otros minerales, como oro y cobre. Para todas las fuentes coetáneas de Tartesos, esta ciudad se une de forma inseparable a la obtención de metales, particularmente del estaño. Las fuentes señalan escuetamente que Tartesos ciudad es un emporio minero, cuya importancia estriba en la riqueza en estaño y plata de su río.
La vida de Tartesos coincide con el período durante el cual el estaño es una materia prima codiciada en grado sumo. Los textos citados, y otros aducibles, que hablan concretamente de una ciudad, incluso mencionan sus murallas (Josefo, Apión, 1, [-236-] 12; Heródoto 4, 152; Estrabón 3, 2, 11 y Pausanias 6, 19, 3), obligan a desechar la tesis expuestas por Rhys Carpenter, y antes por Bosch Gimpera, de que no existen testimonios que prueben que Tartesos era una ciudad.

Relaciones de Tartesos con los griegos

La riqueza en metales de Tartesos queda confirmada por un autor muy posterior, Pausanias, que escribió una guía de Grecia, hacia el año 180, «Periégesis tes Hellados», en la que escribió: «En Olimpia hay un tesoro de los de Sición, ofrenda de Mirón, tirano de Sición. La ofreció cuando en la Olimpiada XXXIII venció en las carreras de carros. En el tesoro hay dos cámaras, una de orden jónico y otra dórico. Yo mismo vi que están hechas de bronce y no sé si precisamente tartésico, como afirman los eleos.» Este texto ha sido valorado por A. García y Bellido. Según este autor, se trataba de dos cámaras forradas de planchas de bronce para defender los tesoros allí depositados. Según Pausanias, pesaban 500 talentos de bronce, es decir, más de 13 toneladas. La duda del escritor griego de si el bronce utilizado es tartésico o no, tiene poca importancia. Lo fundamental es que los eleos admitieran la posibilidad de que podía ser tartésico, lo que probaría la exportación a Grecia de los metales de Tartesos hacia el año 600 a. C. en el que se sitúa la tiranía de Mirón.
En fecha algo anterior, hacia el año 630 a. C., los griegos ya se habían puesto en contacto directo con Tartesos y traían de allí metales. El suceso ha sido narrado por el historiador Heródoto (4, 152), que cuenta el hecho en los siguientes términos: «Los samios partieron de la isla y se hicieron a la mar, ansiosos por llegar a Egipto, pero se vieron desviados de su ruta por causa del viento de levante. Y como el aire no amainó, atravesaron las Columnas de Hércules y bajo el amparo divino llegaron a Tartesos. Por aquel entonces, ese emporio comercial estaba sin explorar, de manera que a su regreso a la patria, los samios, con el producto de su flete, obtuvieron, que nosotros sepamos positivamente, más beneficios que cualquier otro griego, después, eso sí, del egineta Sóstrato, hijo del Laodamente, pues con este último no puede rivalizar nadie. Los samios apartaron el diezmo de sus ganancias, seis talentos (unos 155,5 kg. de plata), [-237-] mandaron hacer una vasija de bronce, del tipo de las cráteras de Argos, alrededor de la cual hay unas cabezas de grifos en relieve. Esta vasija la consagraron en el Hereo (el templo de Hera) sobre un pedestal compuesto por tres colosos de bronce de siete codos, hincados de hinojos» (traducción de C. Schroder). Este texto es importante por varios motivos. Se afirma en él que los griegos no comerciaban directamente con Tartesos antes de este viaje, en el que el patrón se llamaba Colaios; en segundo lugar, se confirma la riqueza fabulosa en metales de Tartesos. Se recuerda, en tercer lugar, que otros griegos, como Sóstrato, de Egina (isla enfrente de Atenas), obtuvieron grandes ganancias de comerciar con Tartesos. La confirmación de esto último podrían ser, según A. Blanco, las monedas de Egina, que serían acuñadas en plata, aunque los análisis de monedas griegas parecen descartar esta última posibilidad, la cual probaría la actividad comercial de Egina, de la que hay en la época arcaica otras noticias. Heródoto debió ver en el Heraión de Samos la ofrenda cuyo pedestal tenía una altura 3,1 cm. Los peines de marfil, tipo de Colaios, confirmarían igualmente estas relaciones entre Samos y Tartesos.
El mismo autor (1, 163) narra las relaciones entre los habitantes de Focea, en la costa occidental de Asia Menor y Tartesos, «los habitantes de Focea, por cierto, fueron los primeros griegos que realizaron largos viajes por mar y son ellos quienes descubrieron el Adriático, el Tirreno, Iberia y Tartesos. No navegaban en naves mercantes, sino en penteconteras. Y al llegar a Tartesos, se hicieron muy amigos del rey de los tartesios, cuyo nombre era Argantonio, que gobernó Tartesos durante 80 años y vivió en total 120. Pues bien, los foceos se hicieron tan grandes amigos de este hombre que primero les animó a abandonar Jonia y a establecerse en la zona de sus dominios que prefiriesen y posteriormente, al no lograr persuadir a los foceos sobre el particular, cuando se enteró por ellos de cómo progresaban los medos, les dio dinero para circundar su ciudad con un muro. Y se lo dio a discreción, pues el perímetro de la ciudad mide efectivamente no pocos estadios y todo ello es de bloques de piedra grande y bien ensamblada. De este modo, pues, fue como pudo construirse la muralla de Focea» (traducción de C. Schroder).
La confirmación arqueológica de estas relaciones entre Focea y el monarca Argantonio puede ser la abundancia de cerámica [-238-] griega de los mejores talleres del momento que aparece en Huelva capital, fechada entre los años 630 y 520 aproximadamente y en fecha posterior, hacia mediados del siglo V a. C. Las esculturas de Obulco (Porcuna, Jaén), que posiblemente fueron obra de artistas focenses o muy influenciados por ellos. Incluso E. Langlotz y A. Blanco hablan de una escuela iberofocense de escultura ibérica, que comenzaría a trabajar en los últimos 20 años del siglo VI, a la que pertenecerían la cabeza de Elche con peinado de trenzas, la cabeza de esfinge procedente de Alicante, hoy en el Museo Arqueológico de Barcelona, y la esfinge de Agost, la esfinge en relieve de El Salobral y la cabeza de grifo de Redován, etc. La fecha de todas estas obras debe ser el siglo V a. C.
La longevidad del monarca tartesio Argantonio está confirmada por otras fuentes, como el poeta griego Anacreonte, que nació en Teos (Asia Menor) hacia el año 570 a. C., a través de Estrabón (3, 2, 14): «... yo mismo no desearía ni el cuerno de Amaltea ni reinar 150 años en Tartesos».
La vida de Argantonio discurre entre los años 670 y 550 a. C. y su reinado desde el año 630 a. C. Las características de la monarquía tartésica y de su rey Argantonio han sido bien descritas por J. Caro Baroja: «Gran felicidad y longevidad extraordinarias se atribuían a los tartesios y, sobre todo, a sus reyes, según el comentario de Estrabón», confirmado por Heródoto. Las referencias que se espigan en autores posteriores están sacadas de estos dos autores. Cicerón (De sen. 19) sigue a Heródoto al igual que Valerio Máximo (8, 19, 3). El historiador alejandrino del siglo II, Apiano (6, 11), depende de Anacreonte a través de Polibio. El naturalista latino Plinio, que en época de los emperadores flavios fue procurador de la provincia tarraconense, escribe (7, 154, 156) siguiendo a Anacreonte: «El poeta Anacreonte dio a Argantonio, rey de los tartesios, 150 años» y «... es poco más o menos verdad que Argantonio el gaditano reinó 80 años y se cree que comenzó a reinar hacia el cuadragésimo de su vida». El dato de 80 años de reinado lo sacó Plinio de Heródoto. El satírico del siglo II, Luciano de Samosata (Macr. 10) cifra en 150 años la vida del monarca tartésico, anotando que algunos consideran la noticia fabulosa. Censomio (De die nat. 17) cambia los datos, pues atribuye a Heródoto la cifra que da Anacreonte. Argantonio siempre fue el símbolo de la felicidad terrena. [-239-] El poeta de época flavia Silio Itálico, que cantó la Segunda Guerra Púnica, le hace vivir tres siglos y le califica de monarca guerrero.
Los filósofos han interpretado el nombre del rey tartésico como «hombre de la plata», apodo que aludiría a la fabulosa riqueza en plata de su reino. Seguramente sería una prueba de la presencia celta en Tartesos a juzgar por la etimología de su reino. El influjo de los pueblos de la Meseta castellana queda bien patente en la cerámica de Cástulo (Jaén). Argantonio es el símbolo de la riqueza en metales del Occidente Mediterráneo.
A. García y Bellido es de la opinión de que esta longevidad debe entenderse como la duración de una dinastía, o la suma de dos o más reinados del mismo nombre.
J. Caro Baroja se inclina a creer que a los ojos de los griegos y romanos la existencia de reyes longevos estaba cargada de un significado más profundo o místico; para lo que aduce varios ejemplos sacados de los autores clásicos. Defiende este autor que para los antiguos la longevidad próspera del rey produce el bien incluso físico. Tartesos sería un reino casi paradisíaco a causa de la bondad de su reino feliz11.

Fuentes latinas sobre Tartesos

Los autores latinos oscilaron en la localización de la ciudad de Tartesos, lo que prueba que a finales de la República romana Tartesos se perdía en la penumbra de los siglos.

Para Plinio el Viejo (4, 120) Tartesos era Cádiz «Nosotros (los romanos) la llamamos Tartesos y los púnicos Gadir, lo que en lengua púnica significaba reducto.» Esta opinión es la seguida por Salustio (Hist. 2, 5), Cicerón (Ad. Ale. 3, 11), por Valerio Máximo (8, 13, 4) y por Silio Itálico (1,6, 465), por Justino (44, 4, 14) que resume a Trogo Pompeyo historiador galo de época de Augusto, por Arriano (2, 16, 9) y por Avieno (85, 269) y por el autor bizantino Lido (49 a). Más chocante es que el gaditano Pomponio Mela (2, 96) alude a la creencia de algunos de que Carteia era Tartesos: «Más adelante se abre un golfo en el cual está Carteia, ciudad habitada por fenicios, trasladados de África, que algunos creen que es la antigua Tartessos.»
La paginación que aquí se recoge es la que aparece en la edición previa en José María Blázquez Martínez, Fenicios, Griegos y Cartagineses en Occidente, Madrid 1992, 220-239.

[Texto editado previamente en José María Blázquez Martínez, Fenicios, Griegos y Cartagineses en Occidente, Madrid 1992, 220-239 y reproducido aquí por cortesía del autor.]

FUENTES:
Ver  también “Panorama general de la presencia fenicia y púnica en España”
1 A. Schulten, Tartessos, Madrid, 1984.
2 A. García y Bellido, Historia de España. España Protohistórica, Madrid, 1975.
3 G. Bunnens, L'expansion phénicienne en Méditerranée. Essai d'interpretation fondé sur une analyse des traditions littéraires, Bruselas-Roma, 1976.
4 J. M. Blázquez, Tartesos y los orígenes de la colonización fenicia en Occidente, Madrid, 1976, con toda la bibliografía; Id., Religiones primitivas Ibéricas II, Madrid, 1983.
5 M. Bendala, La civilización tartésica. Historia General de España y América, vol. I, 1, Madrid, 1985, con la bibliografía fundamental.
6 M. Koch, Tärschisch und Hispanien. Historisch-Geographische und Namenkundlicber Untersuchungen zun phönikischen Kolonisation der Iberischen Halbinsel, Berlín, 1984.
7 H. G. Niemeyer, «Die Phönizier und die Mittelmeerwelt im Zeitalter Homers», Jahrbuch des römischen-germanischen Zentralmuseums, 1984.
8 J. Alvar, J., «Aportaciones al estudio del Tarshish bíblico», RSF, 10, 1982, págs. 211 y ss.
9 Id., «La precolonización y el tráfico marítimo fenicio por el Estrecho», Congreso internacional El Estrecho de Gibraltar, Ceuta, noviembre 1987, Actas 1, Madrid.
10 Varios, Tartessos, Barcelona, 1969; F. Presedo, Historia de España Antigua. I. Protohistoria, Madrid, 1980.
11 J. Caro Baroja, «La "realeza" y los reyes en la España Antigua», Estudios sobre la España Antigua, Cuadernos de la Fundación Pastor, 17, págs. 19 y ss.

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