Tartesos, o mejor, la cultura tartésica, es un tema que viene apasionando a la investigación mundial, desde que el hispanista A. Schulten, catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Erlangen (Alemania), publicó su célebre libro Tartessos, traducido después al castellano, y del que ya se han vendido cuatro ediciones; siendo la última la aparecida en el año 1984.
Los arqueólogos modernos vinculan con la llamada cultura
tartésica una serie numerosa de objetos y monumentos hallados principalmente,
pero no exclusivamente, en el sur de la Península Ibérica, en una amplia zona
que abarca desde el río Tajo hasta el Mediterráneo. Elementos de esta cultura,
como cerámicas, aparecen también en toda la costa levantina, relacionados con
el sur de la Península Ibérica.
El estudio del problema de Tartesos está vinculado, ante
todo, con las posibles menciones de esta región en fuentes orientales, como la
Biblia, y en autores griegos y latinos, algunos de los primeros contemporáneos
de Tartesos y con los más antiguos viajes de fenicios y griegos a Occidente. Ya
hace años, estas fuentes fueron catalogadas y examinadas por A. Schulten1 y por
A. García y Bellido2. Recientemente, algunos investigadores, [-221-] como
Bunnens3 y Bergen, las han vuelto a analizar, llegando a conclusiones
novedosas.
Fuentes
orientales
Varios investigadores han creído reconocer a Tartesos en las
citas bíblicas, que mencionan Tarsis. Estas fuentes por orden cronológico son
las siguientes.
Varios libros de la Biblia, escritos en épocas diversas,
hablan de las «naves de Tarsis» que traían a Fenicia diversos productos,
principalmente minerales; así en 1 Reyes 10, 21, libro escrito probablemente
hacia el año 600 a. C., se lee: «No había nada de plata, no se hacía caso de
ésta en tiempos de Salomón, porque el rey tenía en el mar naves de Tarsis, y
cada tres años, llegaban las naves de Tarsis trayendo oro, plata, marfil, monos
y pavos reales.» El autor se refiere a viajes realizados a comienzos del primer
milenio a. C. por los fenicios.
Difícilmente estos textos pueden referirse al sur de la
Península Ibérica, que es donde se sitúa Tartesos por los autores griegos y
latinos, por la mención de «marfil, monos y pavos reales». Se ha supuesto que
los productos que se traían, según esta fuente bíblica, podían venir de
Tartesos, puesto que, a decir de varios investigadores, el marfil se recogería
en el norte de África, con el que la Península mantenía relaciones, ya que los
semitas comerciaban a ambas orillas del Mediterráneo (Estrabón, 1, 3, 2; Plinio
NH, 19, 63; Diodoro 5, 20), y los monos se atraparían en Gibraltar, donde
todavía existen en la actualidad. Más dificultad hay en llevar de España pavos
reales, animales que no se crían en estas tierras.
Cary y Warmington, hace ya muchos años, señalaron que la
palabra que en el texto hebreo se utilizó para «pavo real» es con seguridad de
origen indio, lo que parece señalar que estas aves proceden de la Península del
Indostán.
Últimamente, un buen especialista en marfiles semitas como
Barnett, siguiendo a otros varios autores, vuelve a insistir, para localizar el
lugar al que se dirigían las «naves de Tarsis», en que [-222-] una serie de
palabras del citado texto 1 Reyes 10, 21, se derivan de voces indias. Así, la
palabra hebrea usada para marfil, sên hab-bim, es probablemente una
transcripción de la palabra sánscrita ibha-dantâ, diente de elefante. La
palabra hebrea qôf, mono, es la sánscrita kapi.
Los análisis de marfiles fenicios efectuados últimamente han
dado como resultado que en la casi totalidad de los casos se trate de marfiles
de elefantes indios y, en casos esporádicos, de marfil procedente de Senegal;
ya en 1938 Dollman señaló que algunos marfiles de Nimrud eran de elefante
indio. La misma procedencia tienen varios marfiles encontrados en Bahreim, en
el Golfo Pérsico, fechados en los siglos VI y V a. C. En el obelisco de
Salmanasar III, datado en el año 31 de su reinado, 829 a. C., se representa a
un sirio conduciendo, como tributo, un elefante indio y unos monos, lo que
indica un comercio activo de los fenicios con la India. Este último argumento
es de gran fuerza para rechazar que la Tarsis de la que se trae marfil a
Salomón sea Tartesos. Barnett, del British Museum de Londres, y Hus admiten que
los fenicios se aprovisionaban de marfil en la India; el primer autor menciona
las expediciones que los reyes de Tiro y Judea organizaban a la India con este
fin. Barnett ha publicado varias veces una pintura egipcia de la tumba de
Rekhmara, importante personaje del tiempo de Thutmés II (siglo XV a. C.), en la
que aparece un sirio conduciendo un joven elefante indio y llevando al hombro
los dientes de un animal adulto. Dientes de elefantes completos se han recogido
en el palacio de Alalakh en Atchana, al norte de Siria, en un estrato datado
hacia 1500 a. C. En las fuentes egipcias abunda la documentación sobre cacerías
de elefantes organizadas por los egipcios en Siria, animales que extinguieron
aquí los monarcas asirios en el siglo VIII a. C. Sin embargo, en el Génesis 10,
4: «Hijos de Yawan, Elisah y Tarsis, Quitin (Chipriotas) y Rodanim (Rodios)»,
Julio Africano coloca Tarsis próximo a Rodas y Chipre. El excelente análisis de
Mazzarino tal vez obligue a admitir con cierta posibilidad que Tarsis es
Tartesos, aunque se pudiera también aceptar perfectamente que alude el escritor
sagrado a la antigua colonia fenicia mencionada en otros pasajes bíblicos, que
se cita en el Génesis, al igual que sus hermanas Cartago y Chipre.
La confirmación de que la Tarsis bíblica con la que
comerciaban [-223-] los mercaderes fenicios y griegos podría localizarse en la
India es un párrafo de la carta XXXVII 1-2 escrita por Jerónimo a Marcela, en
la que afirma: «Acaso pregunte si Tharsis es el crisotilo o el jacinto, como lo
quieren diversos intérpretes, a cuya semejanza se describe el rostro de Dios,
porque Jonás quiere irse a Tharsis y que Salomón y Josafat tenían naves que
solían hacer el comercio de exportación e importación desde Tharsis. La
respuesta es sencilla. Tharsis es vocablo homónimo con el que se llama región de
la India, y también el mar, por ser éste azul y herido por los rayos del sol
reproduciendo el color de las piedras sobredichas. Recibió, pues, el nombre por
el color; si bien Josefo, cambiada la letra "tau", piensa que los
griegos llamaron Tarso a Tharsis», teoría esta última seguida por algunos
autores modernos y antiguos, como Reticio, obispo de Autum, citado por Jerónimo
al comienzo de su carta.
Así pues, los textos del Antiguo Testamento, que aluden a
sucesos más antiguos, antes mencionados, se explican más fácilmente si se
admite que la Tarsis bíblica se sitúa en la India, como quiere Barnett, quien
piensa que es la ciudad india de Suppara, en las proximidades de Bombay, y
Emerson Tement en Ceilán. Suida, lexicógrafo bizantino, que vivió quizá en el
siglo X, tajantemente afirma que la Tarsis de donde vino el oro a Salomón se
encontraba en el Índico: «Tarsis, país de la India, de donde llegó a Salomón el
oro»4.
El conocimiento, cada día más perfecto, del sur del Mar Rojo
y de las zonas limítrofes obligan a dar mayor importancia que la concedida
hasta ahora a las visitas que a estas aguas efectuaron los fenicios desde muy
antiguo, como se deduce de un poema de Ras Shamra del siglo XIV a. C. Años más
adelante (693 a. C.), naves fenicias a las órdenes de Senequerib saquearon las
costas del Golfo Pérsico, que debían de ser bien conocidas por ellos desde
fechas muy antiguas.
El libro de los Reyes señala probablemente la duración, tres
años, de un viaje a Tarsis; esta duración no se puede aplicar a un viaje a
Tartesos, ya que se invertiría el mismo tiempo empleado por los fenicios en
circunnavegar África (Heródoto 4, 42) en la [-224-] época de Necao (590 a. C.).
La duración del viaje, tres años, es casi la misma, dos años y medio, empleada
por el cario Escilax (510 a. C.), en tiempos de Darío, en su viaje desde el
Hindus hasta la ciudad de Arsinoe, cerca del actual Suez (Jerónimo 4.44). La
fuente utilizada en la Ora Marítima, poema de Avieno, autor que vivió a finales
del siglo IV y que recoge muchos datos sobre la España antigua, en los versos
562-565, y que es seguramente semita y no griega, siguiendo en esto a Villard,
da la duración de un viaje marítimo en siete días, bordeando la costa
mediterránea desde las Columnas de Hércules hasta la ciudad de Pirene, en la
costa pirenaica, y distante unos 6.000 estadios, según Eratóstenes, Posidonio y
Estrabón (2, 4, 4; 5, 2, 7; 3, 1, 3) y 8.000 estadios según Polibio (3, 39-5;
Estrabón 2, 4, 4). Si en costear todo el litoral mediterráneo hispánico al
final de la primera mitad del primer milenio a. C. se tardaba siete días, no se
podría invertir en ir y volver tres años desde Siria al sur de la Península,
aunque fuera un par de siglos antes. El texto sagrado no es suficientemente
claro y podía también entenderse que cada tres años venían «naves de Tharsis»,
sin aludir a la duración del viaje. Parece, no obstante, más aceptable pensar
que el viaje durara tres años, según veremos luego, por las fechas del año en
que se podía viajar.
En el mismo libro 1 Reyes 22, 49, se escribe: «Josafat
(875-851) construyó naves de Tarsis para ir a Ofir en busca de oro; pero no
fueron, porque las naves se destrozaron en Asiongaber.»
En 2 Crónicas 20, 35-36, fechado en época helenística, hacia
el 400 a. C., se relata el mismo suceso: «Josafat de Judá se alió con Ococías
de Israel, aunque éste era un malvado. Lo hizo para construir una flota con
destino a Tarsis; construyeron las naves en Asiongaber», localidad situada al
sur de Israel, por lo que difícilmente estas naves navegaban hacia el occidente
del Mediterráneo.
En el Salmo 72, 10, datado hacia 650 a. C., se habla
nuevamente de Tarsis: «Los reyes de Tarsis y de las islas le ofrecerán sus
dones y los reyes de Sabá y Arabia le pagarán tributos.» En este texto sagrado
parece asociarse a Tarsis con localidades al sur de Israel, como Sabá y Arabia.
También aparece en el Salmo 48, 8: «... como el viento del desierto que
destroza las naves de Tarsis», en el cual, al parecer, se vincula a las naves
de Tarsis [-225-] con regiones donde sopla el viento del desierto, como podrían
ser Sabá y Arabia, citadas en la anterior fuente sagrada.
En el profeta Isaías, hacia 730 a. C., se citan varias veces
las «naves de Tarsis» (2, 12-16): «Sólo el Señor será ensalzado aquel día, que
es el día del Señor de los ejércitos; contra todo lo orgulloso y lo arrogante,
contra todo lo empinado y lo engreído, contra todos los cedros del Líbano,
contra todas las encinas de Basan, contra todos los montes elevados, contra
todas las colinas encumbradas, contra todas las murallas inexpugnables, contra
todas las naves de Tarsis.» En los capítulos 60, 9 y 69, 19, pertenecientes a
Isaías III (hacia el año 475) se citan nuevamente: «... son navíos que acuden a
mí, en primera línea las naves de Tarsis para traer a tus hijos de lejos, y con
ellos su oro y su plata.» En 66, 19: «... les daré una señal y de entre ellos
despacharé supervivientes a las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, a Masac y a
Grecia. » Es interesante señalar que el profeta une las dos regiones de Tarsis
y Etiopía, y pasa a recordar Libia para terminar en Grecia, haciendo una
enumeración de la parte más oriental a la más occidental. También Isaías 23, 1:
«Gemid, naves de Tarsis, porque está destruido vuestro puerto.» Y en el
capítulo 23, 6: «Volved a Tarsis, ululad, habitantes de la costa.» Otro tanto
ocurre en Isaías 23, 10: «Vuelve a tu tierra, gente de Tarsis, el puerto no
existe ya.» Y en el 23, 14: «Ululad, naves de Tarsis, porque está destruido
vuestro puerto.»
El profeta Jeremías, que nació hacia 650, escribe en la
lamentación 10, 9: «De Tarsis importan plata laminada, oro de Ofir», localidad
que hay que situar en el Mar Rojo.
El profeta Ezequiel, en el primer tercio del siglo VI a. C.,
afirma en el oráculo 27, 12-13: «Tarsis comerciaba contigo, por tu opulento
comercio: plata, hierro, estaño y plomo te daba a cambio», todos los minerales
que Tartesos producía en abundancia. En 27, 25: «... naves de Tarsis
transportaban tus mercancías». En 38, 13: «Sabá y Dedán, los mercaderes de Tarsis
y todos sus traficantes...».
El profeta Jonás (siglo IV a. C.) menciona varias veces la
palabra. En el capítulo 1, 3, se lee: «Se levantó Jonás para huir a Tarsis,
lejos del Señor; bajó a Jafa y encontró un barco que zarpaba para Tarsis, pagó
el precio y embarcó para navegar con ellos a Tarsis»; y en el capítulo 4, 2:
«Por algo me adelanté a huir a Tarsis». En este texto, Tarsis se halla
necesariamente en [-226-] el Mar Mediterráneo, puesto que el profeta embarcó en
Jafa.
Muchos investigadores, empezando por A. Schulten, admiten
que es bastante probable que la Tarsis bíblica fuera Tartesos y, por lo tanto,
«las naves de Tarsis» venían a Iberia, teoría que propuso por vez primera el
jesuita P. Pineda a finales del reinado de Felipe II.
Los comentarios modernos a los libros bíblicos identifican
generalmente a la Tarsis bíblica con Tartesos; así la Sagrada Biblia de F.
Cantero y M. Iglesias, Madrid, 1975, pág. 319; la de E. Nácar y A. Colunga,
Madrid, 1949, pág. 436. Para los primeros autores, la flota de Tarsis es un
término fenicio para las naves de gran tonelaje, opinión que siguen,
igualmente, E. Nácar y M. Iglesias, que las interpretan como naves de alta
borda, los trasatlánticos de la época, hipótesis seguida por la Biblia de
Jerusalén, Bilbao, 1967, pág. 354, y por M. Bendala5. Nosotros no somos
partidarios de identificar Tarsis con Tartesos, porque, a parte de las
dificultades fonéticas (de Tarsis no se puede derivar Tartesos), la cosmografía
judía se centraba en el Mar Rojo, sur de Arabia, Anatolia, Chipre y la cuenca
del Éufrates. El Occidente se escapa totalmente a su interés. Es posible que
hubiera varios Tarsis, y que se identificara alguno de ellos en época más posterior
con Tartesos. Los minerales que buscaban se hallan también en Cerdeña, Anatolia
y concretamente en la región del sureste, Cilicia, con la que los judíos en
época de Salomón mantenían relaciones y de la que importaban caballos (1 Reyes
10, 28), e igualmente Chipre. Precisamente el historiador judío Josefo (Ant. 1,
6, 9-10) es de la opinión que Tarsis es Tarso, como el citado obispo Reticio.
Todos los textos bíblicos enumerados dan claramente la
impresión de que se alude a un país concreto, al que llaman Tarsis. Proponen
algunos autores (García y Bellido, Bosch Gimpera, Contenau) que bajo la
denominación «naves de Tarsis» hay que entender una expresión genérica,
equivalente a la moderna de trasatlánticos, que navegan por todos los mares y
no necesariamente por el Atlántico, teoría quizá no muy probable, como se verá.
No es tampoco muy aceptable la idea de Contenau que Tarsis tiene un significado
vago, refiriéndose a «tierras extrañas», [-227-] a donde llegaba el comercio
fenicio. Otros, en cambio, (Albright, Cintas e Hitti) opinan que significaba
«mina», o «fundición», aplicándose posiblemente a distintos países ricos en
metales, hipótesis quizá muy posible. Para los autores de los libros sagrados,
Tarsis es un país concreto, como Ofir, Sabá o Dedán, según sostiene
recientemente Barnett.
La Biblia (1 Reyes 22, 49; Salmo 72, 10; Isaías 66, 19;
Jeremías 10, 9; Ezequiel 38, 13) asocia Tarsis con regiones localizadas, como
observa Lorimer, en la ruta del Mar Rojo, lo que parece indicar que Tarsis se
encontraba en la misma dirección. En este aspecto, son muy significativos los
textos de 1 Reyes 22, 49 y 2 Crónicas 20, 35-36, que narran el mismo hecho; el
primer autor dice que las «naves de Tarsis» construidas irían a Ofir; el
segundo habla sólo de «naves de Tarsis», lo que parece señalar que ambos países
se encuentran muy próximos o son el mismo. Como muy acertadamente anota
Lorimer, estas naves construidas, según ambos textos bíblicos, en Asiongaber,
paraje situado en el Golfo Elanítico, no podían navegar por otro mar que por el
Índico, pues en la fecha a que se refiere el sagrado texto no se encontraba
abierto el canal desde el Nilo al Mar Rojo, construido en tiempo de Necao,
segundo faraón de la dinastía saíta, que gobernó entre los años 609 y 594 a.
C., según indicación del historiador Heródoto de Halicarnaso (2, 158), que
escribió su historia en el siglo V a. C.
Estos dos textos sirven para esclarecer las referencias
sobre los viajes a Tarsis en época de Salomón. El rey judío construye naves en
Asiongaber, que en compañía de navíos y marineros de Jirán iban a Ofir (1 Reyes
9, 27; 2 Crónicas 8, 17-18; 9, 10). Otros textos (1 Reyes 10, 23; 2 Crónicas 9,
21) dicen tan sólo que iban las naves a Tarsis con las de Jirán. Se observa,
pues, la misma vinculación de Tarsis y Ofir y se señala que estas naves se
construían en el mismo puerto del Índico que en tiempos de Josafat. Las naves
de Jirán aparecen en otros parajes bíblicos (1 Reyes 10, 11) navegando a Ofir.
Todos los textos referentes a intereses comerciales de los judíos del tiempo de
Salomón a través del mar, salvo cuando traen maderas del Líbano, aluden a
navegaciones por el Mar Rojo o por el Índico.
El investigador alemán M. Koch6 después de un detenido
[-228-] examen de las fuentes del Antiguo Testamento, deduce que son ciertos
los viajes a Tarsis. En la época de Jirán I de Tiro, y en el segundo milenio,
son normales y frecuentes estos viajes de los fenicios a Occidente. Es seguro,
según este autor, que los israelitas intervinieron en ellos en el marco de un
tratado económico muy amplio. No sabemos nada sobre esta amplitud, modalidad y
frecuencia del comercio en el Mediterráneo en época de Salomón. No tiene
paralelos en la Antigüedad el contrato económico entre Salomón y Jirán I,
contrato que responde a los modelos de contratos cananeos, contratos que, en lo
referente a los viajes a Tarsis, están limitados sólo a los años del gobierno
de esos reyes. No se sabe nada, ni son probables, repeticiones posteriores.
La época del profeta Isaías es un término ante quem para la
ampliación de las relaciones Tarsis-fenicios. Antes no había un imperio
colonial fenicio, como se afirma frecuentemente.
A partir del siglo VIII a. C. en Tarsis existían
asentamientos fenicios no fijos para el comercio. Había grandes necrópolis en
contacto con las factorías, que demuestran una continuidad de asentamientos
antiguos. En los profetas Isaías y Ezequiel se afirma que Tarsis ya es
importante en la red internacional del comercio con Tiro. En el libro de los
Reyes y en Ezequiel aparece Tarsis como exportador de metales. En Isaías,
Tarsis es también un país agrícola. Las fuentes sobre Tarsis son en su mayoría
de segunda mano. Todas las indicaciones del Antiguo Testamento sobre Tarsis son
de gran importancia, pues apenas poseemos datos relacionados con los fenicios.
Las noticias sobre Tarsis en Isaías, Ezequiel y Asarhaddón se refieren al
período más importante de Tarsis con relación al Próximo Oriente. Después de la
primera mitad del primer milenio, el nombre e importancia histórica de Tarsis
se perdió entre los judíos.
En el libro de los Jubileos, siglo II-I a. C., se menciona
la ciudad de Gades. Josefo, que no sabe qué hacer con Tarsis y no conoce
Tartesos, habla sobre la Península Ibérica como un nombre del mundo
helenístico. Los judíos de esa época habían perdido ya la información
geográfica que tuvieron en tiempos anteriores. La mención de los «barcos de
Tarsis» tiene tres fases en [-229-] su significación: 1) el tipo de barco que
utilizaron los fenicios en el que llegaron hasta Occidente a través del
Mediterráneo y que posibilitó a sus usuarios la apertura de una ruta
mediterránea. Esta ruta se llamó después con el nombre del punto de destino; 2)
término técnico. No se puede excluir que el tipo de barco con el tiempo
cambiara. Decisivo es que el viaje a Tarsis significa el punto culminante para
la navegación fenicia; y 3) su descripción es más imprecisa, pues el Antiguo
Testamento después del destierro no está informado sobre el comercio fenicio y
su desarrollo. La escuela de Ezequiel marca el momento del cambio. En Isaías
60, no se sabe si el antiguo término técnico Tarsis es ya sólo, posiblemente,
un tópico.
Los barcos de Tarsis desaparecen del Antiguo Testamento al
mismo tiempo que el país de Tarsis. Se ignora cuándo dejaron de viajar esos
barcos por el Mediterráneo. Koch es de la opinión de que la ruta del oeste era
menos frecuentada y ello se relaciona con una autonomía de los asentamientos
fenicios en el oeste. El nombre desapareció ante otras denominaciones más
actuales. La concurrencia griega, que significaba rivalidad, desempeñaba un
papel importante. En el libro de Jonás se habla no del barco de Tarsis, sino
del barco que va a Tarsis. Ello podía significar que los barcos de Tarsis no se
conocían en los siglos V-IV a. C. con este nombre7.
J. Alvar es partidario de localizar la Tarsis bíblica en el
Mediterráneo, apoyándose en los textos del Antiguo Testamento, principalmente
en los textos de Isaías 2, 12-16 y 23, 1-4, fechados a finales del siglo VIII.
De estas fuentes, deduce este autor que el marco de navegación de las naves de
Tarsis era el Mediterráneo. Esclarecedor sería el Salmo 72, fechado hacia el
año 650. A finales del siglo VII pertenecería el texto ya citado de Génesis 10,
que probaría una localización al oeste del Mediterráneo. J. Alvar concede especial
importancia a los datos sobre Tarsis del libro de los Reyes, de comienzos del
siglo VI a. C. Piensa este autor que las citadas flotas de Asiongaber, de Jirán
y de Salomón, son la misma cosa. Las naves de Tarsis recorrerían el Mar Rojo
según estos textos. Otros textos son de redacción posterior: Jeremías 10, 7-9;
Ezequiel 27, 1-25; 38, 13, etc. Los textos de las [-230-] Crónicas o
Paralipómenos son de época helenística: 1 Cr. 8, 17-18; 9, 10; 20, 35-37.
Del análisis, bien logrado, deduce J. Alvar que los textos
más antiguos se refieren a los reinados de Salomón y Jirán, al siglo X a. C. y
el Salmo 72, 10.
A información del siglo IX, corresponde 1 Reyes 22, 49; 2
Cr. 20, 35-37. De estos textos, no determinaría la localización de Tarsis.
En el siglo VIII, las naves de Tarsis realizan itinerarios
en el Mediterráneo: Chipre-Tiro (Isaías 23,1), Tiro-Egipto (Isaías 23, 5),
Tiro-Tarsis (Isaías 23, 6) y Jafa-Tarsis (Jonás 1, 1; 4, 2):
En el siglo VII se menciona la plata laminada de Tarsis e
Israel (Jeremías 10, 9).
Al siglo VI a. C. pertenece una serie de itinerarios
comerciales que empleaban las naves de Tarsis (Ezequiel 27, 25): Tiro-Chipre
(Ezequiel 27, 6-7), Tiro-Egipto (Ezequiel 27, 7), Tiro-Tarsis (Ezequiel 27,
12), Tiro-Grecia (Ezequiel 27, 13 y 19), Tiro-Rodas? (Ezequiel 27, 15 y 20),
Tiro-Asia Menor (Ezequiel 27, 13), Tiro-Judá e Israel (Ezequiel 27, 13),
Tiro-Arabia (Ezequiel 27, 22).
Para J. Alvar8, Tarsis hay que situarla en el Mediterráneo.
Se llamarían «naves de Tarsis» porque primeramente navegaban por este mar a
Tarsis, aunque después lo hicieran por otros. Según este autor, Tarsis no es un
lugar geográfico determinado, sino un concepto abstracto, que alude a una
realidad geográfica ambigua, al extremo Occidente de donde se extraen materias
primas con las que comercian los fenicios9. Las naves de Tarsis fueron los
barcos empleados por los fenicios para llegar al occidente del Mediterráneo.
El espacio geográfico, político y cultural de Tarsis bajo el
nombre antiguo fenicio hasta el final de la Segunda Guerra Púnica, desempeña un
papel como zona punicizada de la Península Ibérica y forma parte de la
Commonwealth Cartago-Fenicio Occidental. [-231-] También podemos asegurar que
en el siglo VIII a. C. comerciantes griegos conocieron el mercado de metales
bien frecuentado por los fenicios.
El nombre de Tarsis quizá sobrevivió en círculos púnicos en
la Península Ibérica, mientras que el de Tartesos perduró en círculos
intelectuales romanos de época helenística, que conocían exactamente su
significado.
Hasta aquí se resume la opinión de Koch, que conserva muchos
aspectos de la tesis defendida por A. Schulten, sin los puntos más chocantes.
Koch es de la opinión de que la abundancia de plata, de la que habla Reyes 10,
21 [«No había nada de plata, no se hacía caso alguno de ésta en tiempos de
Salomón»] y 10, 27 [«El rey hizo que en Jerusalén abundara la plata como las
piedras»] no podía llegar de ninguna parte, sino de las minas de la Península
Ibérica.
Últimamente han aparecido otras tesis sobre el significado
de la palabra Tarsis. Así, G. Bunnes, después de un minucioso análisis de las
fuentes literarias sobre la colonización fenicia, deduce que la sola hipótesis
que se desprende del conjunto de fuentes es la que hace de Tarsis no una región
occidental, sino el Occidente en su conjunto, y los barcos de Tarsis son navíos
que comerciaban en esta dirección.
P. P. Berger, después de un análisis profundo de las fuentes
bíblicas y de otras, concluye que Tarsis era Cartago, donde se fundían los
metales de muy distinta procedencia. Existían dos rutas desde Oriente. La ruta
norte seguía por Asia Menor a Chipre y Grecia. La del suroeste recorría Chipre,
Creta y Cartago. Esta última ciudad era el final del viaje. Los barcos de
Tarsis significaban para Cartago los barcos típicos de alta mar. Este autor
descarta totalmente que Tarsis fuese idéntico a Tartesos.
La tesis de este sabio germano creemos que no se puede
aplicar para las citas más antiguas sobre Tarsis, las de los viajes de Salomón.
Sería la situación parecida a la descrita por Timeo (Pseudo-Aristóteles, De
mirab. Ausc. 136), cuando afirma que los fenicios exportaban, vía Cartago, los
salazones. Tampoco en el período orientalizante ha aparecido en el sur de la
Península Ibérica material púnico abundante. Algo se ha señalado en los
alrededores de Carmona. La tesis de P. P. Berger es la de los autores árabes.
[-232-]
M. Bendala, después de comentar las fuentes bíblicas y las
diversas interpretaciones propuestas, concluye que «... son seguramente la
mejor prueba de la casi imposibilidad de extraer de los textos bíblicos datos
de valor histórico incuestionable».
Según M. E. Aubert, la órbita geográfica del comercio de
Tiro en Isaías se limitó al Mediterráneo oriental: Egipto, Kittim y Tarsis. En
Ezequiel las potencias lejanas, que comerciaban con Tiro, actuaban como agentes
bajo la tutela directa de Tiro y trabajaban para ella en sus países de origen.
No se refiere el profeta hebreo a naciones como tales.
En el siglo IX a. C. el comercio de Tiro buscó nuevas
materias primas y se encaminó a Israel, Siria y Chipre; con anterioridad,
durante los siglos XII-X a. C., la organización del comercio fenicio estuvo
supeditada al poder político, como lo indica el relato de Unamón, pero debió
existir desde el principio un comercio privado, como el que tenía Urkatel, que
poseía 30 naves. En el siglo XI a. C. el comercio fenicio estuvo controlado por
poderosos príncipes, que eran una élite mercantil, mencionada por Isaías (23,
8). En el siglo X a. C., el comercio fenicio era estatal, como lo indican las
empresas de Jirán y de Salomón. En los siglos IX-VIII a. C. comercian los
privados. Las escalas comerciales en los siglos VIII-VII a. C. se convirtieron
en colonias. En el siglo IX a. C., los mercaderes tirios operaban a grandes
distancias, llegando a Uruk, Ur y Babilonia. A la etapa precolonial
pertenecerían las cerámicas de Tiro halladas en Málaga, fechadas por la Dra.
Bikay en el siglo X, y en la Cabeza de San Pedro. M. E. Aubet entiende por
precolonización un movimiento de expansión naval y comercial con vistas a la
búsqueda de materias primas, y un asentamiento permanente. Conllevaría la
instalación de pequeños grupos de artesanos, ceramistas y metalúrgicos. Se
caracteriza la precolonización por la circulación de objetos de lujo, dones y
regalos de prestigio, y un comercio de trueque muy simple. En la etapa
precolonial llegaría a Occidente la técnica de los marfiles de Carmona,
desaparecida ya en Oriente, en la fecha asignada a estos marfiles.
Piensa M. E. Aubet que el término Tarsis indica, quizá, en
principio un puerto de destino, y en tiempos de Josafat, una clase de navío que
viaja a Ofir. La meta es Ofir y no Occidente. En el libro de los Reyes estos
viajes no significan viajes a Occidente. En Isaías las «naves de Tarsis» son
sinónimo de riqueza, lujo [-233-] y soberbia, y en otras referencias bíblicas
(Ex. 28, 20 y Ez. 1,16; 10, 9) piedra preciosa. En opinión de esta autora, sólo
a partir de los siglos VI-V a. C. sería un nombre de un lugar mediterráneo (Ge.
10, 4). El término Tarsis evolucionó con el tiempo.
J. Alvar ha criticado acertadamente a nuestro juicio esta
tesis. Cuando Salomón encargó a Jirán que fabricara naves de Tarsis, éstas
existían ya antes, navegaban por donde andaban los fenicios, es decir, por el
Mediterráneo. La única vez que se menciona, desde el siglo X a. C., Tarsis como
lugar de destino, es en 2 Crónicas, que es una mala copia de Reyes, donde el
destino es Ofir. Si se elimina esta cita, ninguna mención del Antiguo
Testamento une el Mar Rojo con un lugar llamado Tarsis. A lo único que se alude
es a naves de Tarsis navegando por el Mar Rojo.
Fuentes
griegas sobre Tartesos
Las fuentes antiguas griegas referentes a Tartesos, muy bien
analizadas por Schulten y García y Bellido, no son muy abundantes, pero sí
señalan los aspectos básicos del tema10.
Son fundamentales para el historiador los textos
contemporáneos de Tartesos, que indican las premisas claras del problema. Así,
el poeta Estesícoro, que vivió hacia el año 600 en Himera, la colonia griega
más occidental de Sicilia, en un fragmento de su poema Gerioneis, transmitido
por Estrabón (3, 12, 11), cita el río Tartesos, del que asegura: «Parece ser
que en tiempos anteriores llamaron al Betis Tartesos, y a Cádiz y sus islas
vecinas Eriteia. Así se explica que Estesícoros, hablando del pastor Gerión,
dijese que había nacido enfrente de la ilustre Eriteia, junto a las fuentes
inmensas de Tartesos, de raíces argénteas es un escondrijo de la peña.» El
geógrafo griego Estrabón, contemporáneo del emperador Augusto, comenta este
paraje en los siguientes términos: «Y como el río tiene dos desembocaduras,
dícese también que la ciudad de Tartesos, homónima del río, estuvo edificada
antiguamente en la tierra colocada [-234-] entre ambas, siendo llamada esta
región Tartesis, habitada ahora por los túrdulos. Eratóstenes acostumbra a
llamar Tartesis a la región cercana a Calpe, y a Eriteia "Isla
afortunada". Mas Artemidoro, opinando en contra, afirma que ello es
falso». Artemidoro, a comienzos del siglo I a. C. visitó el sur de la Península
Ibérica (Estrabón 3, 1, 4). Al poeta Estesícoro se debe la localización del mito
de Gerión en Cádiz, a quien Hércules robó los rebaños de bueyes. En la
Biblioteca de Apolodoro, se lee un extracto del poema Gerioneis, que influyó
mucho en las pinturas de los vasos griegos de figuras negras.
Señala este autor dos datos importantes, la existencia de un
río con el nombre de Tartesos y la presencia en él de plata. Ambos datos
aparecen confirmados por otras fuentes, que completan las noticias; estos
textos, aunque transmitidos por autores muy posteriores, deben de haberse
tomado de escritores coetáneos de Tartesos, ya que producen en el lector la
impresión de ser citas textuales. En Esteban de Bizancio se lee: «Tartesos,
ciudad de Iberia nombrada por el río que fluye de la montaña de la plata, río
que arrastra también estaño, en Tartesos.»
El comentarista bizantino da los mismos datos que
Estesícoro, y añade, por su parte, que existe una ciudad con el nombre del río
y que éste arrastra también estaño. Escimo 164 (Eforo), que extracta textos del
siglo VI a. C., y que a su vez habla de la ciudad y del río con estaño,
completa la noticia indicando que el río nace en la Céltica, y que lleva
también oro y cobre: «La famosa Tartesos, ciudad ilustre, que trae el estaño
arrastrado por el río desde la Céltica, así como oro y cobre en mayor
abundancia.»
Eustatio a Dionisio 337, confirma los datos ya apuntados: la
existencia de una ciudad con el nombre de un río que arrastra estaño: «Dicen
que el Betis es un río de Iberia que tiene dos desembocaduras y en medio de
ellas, como en una isla, está la citada Tartesos, así denominada porque también
el Betis se llamó Tartesos entre los antiguos... y se cuenta que el río
Tartesos lleva el estaño a los de allí.»
Otros textos ofrecen indicaciones sobre la localización de
la ciudad: así, en el escolio de Aristófanes, Ranas, se explica: «Tartesos,
ciudad de Iberia, cerca del lago Aorno.»
En un escolio a Licofrón 643 se afirma que «Tartesos está
cerca de las Columnas de Hércules» (Estrecho de Gibraltar). [-235-]
La descripción más completa sobre Tartesos se encuentra en
los versos de la Ora Marítima de Avieno, en los que se transcriben una serie de
datos tomados también de un autor, púnico seguramente, del siglo VI a. C.,
coetáneo, por tanto, de los hechos que describe y que presenció personalmente.
Los datos del poema, que parecen del siglo VI a. C., son los siguientes:
Tartesos está en una isla del golfo de su mismo nombre, en el cual desemboca el
río Tartesos, que baña sus murallas, después de pasar por el lago Ligustino. El
río forma en su desembocadura varias bocas, de las que tres corren al oriente y
cuatro al mediodía, las cuales bañan la ciudad. Arrastra en sus aguas
partículas de pesado estaño, y lleva rico metal a la ciudad de Tartesos. Cerca
se hallan el Monte de los Tartesos, lleno de bosques y el monte Argentario,
sito sobre la laguna Ligustina, en cuyas laderas brilla el estaño. La ciudad de
Tartesos está unida por un camino de cuatro días con la región del Tajo, o el
Sado y, por otro de cinco, con Mainake, donde los ricos Tartesios poseen una
isla consagrada por sus habitantes a Noctiluca. El límite oriental del dominio
de los tartesios estuvo, en tiempos, en la región de Murcia y el occidental en
la de Huelva (Ora Mar. 54, 100, 179, 223, 225, 265, 284, 291, 296, 308, 428, 436).
El poema de Avieno coincide plenamente en su descripción con
los datos que aportan los autores contemporáneos de Tartesos; ambos grupos de
fuentes se fijan en los mismos puntos: la existencia de una ciudad y de un río
limado Tartesos, su localización cerca de un lago, la existencia de estaño y
plata en el río. Avieno añade algunas pinceladas accesorias, como delimitar la
extensión del dominio de los tartesios.
De toda estas fuentes, se deduce claramente que con Tartesos
se vincula íntimamente la riqueza en estaño y plata, en primer lugar y, de
manera secundaria, con otros minerales, como oro y cobre. Para todas las
fuentes coetáneas de Tartesos, esta ciudad se une de forma inseparable a la
obtención de metales, particularmente del estaño. Las fuentes señalan
escuetamente que Tartesos ciudad es un emporio minero, cuya importancia estriba
en la riqueza en estaño y plata de su río.
La vida de Tartesos coincide con el período durante el cual
el estaño es una materia prima codiciada en grado sumo. Los textos citados, y
otros aducibles, que hablan concretamente de una ciudad, incluso mencionan sus
murallas (Josefo, Apión, 1, [-236-] 12; Heródoto 4, 152; Estrabón 3, 2, 11 y
Pausanias 6, 19, 3), obligan a desechar la tesis expuestas por Rhys Carpenter,
y antes por Bosch Gimpera, de que no existen testimonios que prueben que
Tartesos era una ciudad.
Relaciones
de Tartesos con los griegos
La riqueza en metales de Tartesos queda confirmada por un
autor muy posterior, Pausanias, que escribió una guía de Grecia, hacia el año
180, «Periégesis tes Hellados», en la que escribió: «En Olimpia hay un tesoro
de los de Sición, ofrenda de Mirón, tirano de Sición. La ofreció cuando en la
Olimpiada XXXIII venció en las carreras de carros. En el tesoro hay dos
cámaras, una de orden jónico y otra dórico. Yo mismo vi que están hechas de
bronce y no sé si precisamente tartésico, como afirman los eleos.» Este texto
ha sido valorado por A. García y Bellido. Según este autor, se trataba de dos
cámaras forradas de planchas de bronce para defender los tesoros allí
depositados. Según Pausanias, pesaban 500 talentos de bronce, es decir, más de
13 toneladas. La duda del escritor griego de si el bronce utilizado es
tartésico o no, tiene poca importancia. Lo fundamental es que los eleos
admitieran la posibilidad de que podía ser tartésico, lo que probaría la
exportación a Grecia de los metales de Tartesos hacia el año 600 a. C. en el que
se sitúa la tiranía de Mirón.
En fecha algo anterior, hacia el año 630 a. C., los griegos
ya se habían puesto en contacto directo con Tartesos y traían de allí metales.
El suceso ha sido narrado por el historiador Heródoto (4, 152), que cuenta el
hecho en los siguientes términos: «Los samios partieron de la isla y se
hicieron a la mar, ansiosos por llegar a Egipto, pero se vieron desviados de su
ruta por causa del viento de levante. Y como el aire no amainó, atravesaron las
Columnas de Hércules y bajo el amparo divino llegaron a Tartesos. Por aquel
entonces, ese emporio comercial estaba sin explorar, de manera que a su regreso
a la patria, los samios, con el producto de su flete, obtuvieron, que nosotros
sepamos positivamente, más beneficios que cualquier otro griego, después, eso
sí, del egineta Sóstrato, hijo del Laodamente, pues con este último no puede
rivalizar nadie. Los samios apartaron el diezmo de sus ganancias, seis talentos
(unos 155,5 kg. de plata), [-237-] mandaron hacer una vasija de bronce, del
tipo de las cráteras de Argos, alrededor de la cual hay unas cabezas de grifos
en relieve. Esta vasija la consagraron en el Hereo (el templo de Hera) sobre un
pedestal compuesto por tres colosos de bronce de siete codos, hincados de
hinojos» (traducción de C. Schroder). Este texto es importante por varios
motivos. Se afirma en él que los griegos no comerciaban directamente con
Tartesos antes de este viaje, en el que el patrón se llamaba Colaios; en
segundo lugar, se confirma la riqueza fabulosa en metales de Tartesos. Se
recuerda, en tercer lugar, que otros griegos, como Sóstrato, de Egina (isla
enfrente de Atenas), obtuvieron grandes ganancias de comerciar con Tartesos. La
confirmación de esto último podrían ser, según A. Blanco, las monedas de Egina,
que serían acuñadas en plata, aunque los análisis de monedas griegas parecen
descartar esta última posibilidad, la cual probaría la actividad comercial de
Egina, de la que hay en la época arcaica otras noticias. Heródoto debió ver en
el Heraión de Samos la ofrenda cuyo pedestal tenía una altura 3,1 cm. Los
peines de marfil, tipo de Colaios, confirmarían igualmente estas relaciones
entre Samos y Tartesos.
El mismo autor (1, 163) narra las relaciones entre los
habitantes de Focea, en la costa occidental de Asia Menor y Tartesos, «los
habitantes de Focea, por cierto, fueron los primeros griegos que realizaron
largos viajes por mar y son ellos quienes descubrieron el Adriático, el
Tirreno, Iberia y Tartesos. No navegaban en naves mercantes, sino en
penteconteras. Y al llegar a Tartesos, se hicieron muy amigos del rey de los
tartesios, cuyo nombre era Argantonio, que gobernó Tartesos durante 80 años y
vivió en total 120. Pues bien, los foceos se hicieron tan grandes amigos de
este hombre que primero les animó a abandonar Jonia y a establecerse en la zona
de sus dominios que prefiriesen y posteriormente, al no lograr persuadir a los
foceos sobre el particular, cuando se enteró por ellos de cómo progresaban los
medos, les dio dinero para circundar su ciudad con un muro. Y se lo dio a
discreción, pues el perímetro de la ciudad mide efectivamente no pocos estadios
y todo ello es de bloques de piedra grande y bien ensamblada. De este modo,
pues, fue como pudo construirse la muralla de Focea» (traducción de C.
Schroder).
La confirmación arqueológica de estas relaciones entre Focea
y el monarca Argantonio puede ser la abundancia de cerámica [-238-] griega de
los mejores talleres del momento que aparece en Huelva capital, fechada entre
los años 630 y 520 aproximadamente y en fecha posterior, hacia mediados del
siglo V a. C. Las esculturas de Obulco (Porcuna, Jaén), que posiblemente fueron
obra de artistas focenses o muy influenciados por ellos. Incluso E. Langlotz y
A. Blanco hablan de una escuela iberofocense de escultura ibérica, que
comenzaría a trabajar en los últimos 20 años del siglo VI, a la que
pertenecerían la cabeza de Elche con peinado de trenzas, la cabeza de esfinge
procedente de Alicante, hoy en el Museo Arqueológico de Barcelona, y la esfinge
de Agost, la esfinge en relieve de El Salobral y la cabeza de grifo de Redován,
etc. La fecha de todas estas obras debe ser el siglo V a. C.
La longevidad del monarca tartesio Argantonio está
confirmada por otras fuentes, como el poeta griego Anacreonte, que nació en
Teos (Asia Menor) hacia el año 570 a. C., a través de Estrabón (3, 2, 14): «...
yo mismo no desearía ni el cuerno de Amaltea ni reinar 150 años en Tartesos».
La vida de Argantonio discurre entre los años 670 y 550 a.
C. y su reinado desde el año 630 a. C. Las características de la monarquía
tartésica y de su rey Argantonio han sido bien descritas por J. Caro Baroja:
«Gran felicidad y longevidad extraordinarias se atribuían a los tartesios y,
sobre todo, a sus reyes, según el comentario de Estrabón», confirmado por
Heródoto. Las referencias que se espigan en autores posteriores están sacadas
de estos dos autores. Cicerón (De sen. 19) sigue a Heródoto al igual que
Valerio Máximo (8, 19, 3). El historiador alejandrino del siglo II, Apiano (6,
11), depende de Anacreonte a través de Polibio. El naturalista latino Plinio,
que en época de los emperadores flavios fue procurador de la provincia
tarraconense, escribe (7, 154, 156) siguiendo a Anacreonte: «El poeta
Anacreonte dio a Argantonio, rey de los tartesios, 150 años» y «... es poco más
o menos verdad que Argantonio el gaditano reinó 80 años y se cree que comenzó a
reinar hacia el cuadragésimo de su vida». El dato de 80 años de reinado lo sacó
Plinio de Heródoto. El satírico del siglo II, Luciano de Samosata (Macr. 10)
cifra en 150 años la vida del monarca tartésico, anotando que algunos
consideran la noticia fabulosa. Censomio (De die nat. 17) cambia los datos,
pues atribuye a Heródoto la cifra que da Anacreonte. Argantonio siempre fue el
símbolo de la felicidad terrena. [-239-] El poeta de época flavia Silio
Itálico, que cantó la Segunda Guerra Púnica, le hace vivir tres siglos y le
califica de monarca guerrero.
Los filósofos han interpretado el nombre del rey tartésico
como «hombre de la plata», apodo que aludiría a la fabulosa riqueza en plata de
su reino. Seguramente sería una prueba de la presencia celta en Tartesos a
juzgar por la etimología de su reino. El influjo de los pueblos de la Meseta
castellana queda bien patente en la cerámica de Cástulo (Jaén). Argantonio es
el símbolo de la riqueza en metales del Occidente Mediterráneo.
A. García y Bellido es de la opinión de que esta longevidad
debe entenderse como la duración de una dinastía, o la suma de dos o más
reinados del mismo nombre.
J. Caro Baroja se inclina a creer que a los ojos de los
griegos y romanos la existencia de reyes longevos estaba cargada de un
significado más profundo o místico; para lo que aduce varios ejemplos sacados
de los autores clásicos. Defiende este autor que para los antiguos la
longevidad próspera del rey produce el bien incluso físico. Tartesos sería un
reino casi paradisíaco a causa de la bondad de su reino feliz11.
Fuentes latinas sobre Tartesos
Los autores latinos oscilaron en la localización de la
ciudad de Tartesos, lo que prueba que a finales de la República romana Tartesos
se perdía en la penumbra de los siglos.
Para Plinio el Viejo (4, 120) Tartesos era Cádiz «Nosotros
(los romanos) la llamamos Tartesos y los púnicos Gadir, lo que en lengua púnica
significaba reducto.» Esta opinión es la seguida por Salustio (Hist. 2, 5),
Cicerón (Ad. Ale. 3, 11), por Valerio Máximo (8, 13, 4) y por Silio Itálico
(1,6, 465), por Justino (44, 4, 14) que resume a Trogo Pompeyo historiador galo
de época de Augusto, por Arriano (2, 16, 9) y por Avieno (85, 269) y por el
autor bizantino Lido (49 a). Más chocante es que el gaditano Pomponio Mela (2,
96) alude a la creencia de algunos de que Carteia era Tartesos: «Más adelante
se abre un golfo en el cual está Carteia, ciudad habitada por fenicios,
trasladados de África, que algunos creen que es la antigua Tartessos.»
La paginación que aquí se recoge es la que aparece en la
edición previa en José María Blázquez Martínez, Fenicios, Griegos y
Cartagineses en Occidente, Madrid 1992, 220-239.
[Texto editado previamente en José María Blázquez Martínez,
Fenicios, Griegos y Cartagineses en Occidente, Madrid 1992, 220-239 y
reproducido aquí por cortesía del autor.]
FUENTES:
Ver también “Panorama
general de la presencia fenicia y púnica en España”
1 A. Schulten, Tartessos, Madrid, 1984.
2 A. García y Bellido, Historia de España. España Protohistórica,
Madrid, 1975.
3 G. Bunnens, L'expansion phénicienne en Méditerranée. Essai
d'interpretation fondé sur une analyse des traditions littéraires,
Bruselas-Roma, 1976.
4 J. M. Blázquez, Tartesos y los orígenes de la colonización
fenicia en Occidente, Madrid, 1976, con toda la bibliografía; Id., Religiones
primitivas Ibéricas II, Madrid, 1983.
5 M. Bendala, La civilización tartésica. Historia General de
España y América, vol. I, 1, Madrid, 1985, con la bibliografía fundamental.
6 M. Koch,
Tärschisch und Hispanien. Historisch-Geographische und Namenkundlicber
Untersuchungen zun phönikischen Kolonisation der Iberischen Halbinsel, Berlín,
1984.
7 H. G.
Niemeyer, «Die Phönizier und die Mittelmeerwelt im Zeitalter Homers», Jahrbuch
des römischen-germanischen Zentralmuseums, 1984.
8 J. Alvar, J., «Aportaciones al estudio del Tarshish
bíblico», RSF, 10, 1982, págs. 211 y ss.
9 Id., «La precolonización y el tráfico marítimo fenicio por
el Estrecho», Congreso internacional El Estrecho de Gibraltar, Ceuta, noviembre
1987, Actas 1, Madrid.
10 Varios, Tartessos, Barcelona, 1969; F. Presedo, Historia
de España Antigua. I. Protohistoria, Madrid, 1980.
11 J. Caro Baroja, «La "realeza" y los reyes en la
España Antigua», Estudios sobre la España Antigua, Cuadernos de la Fundación
Pastor, 17, págs. 19 y ss.
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